domingo, 13 de noviembre de 2016

CRISIS AMERICANA


Autor: Thomas Paine

Traductor: Pedro Peña





N. del T.: Thomas Paine (Thetford, Inglaterra, 1737 – Nueva York, EEUU, 1809) es uno de los padres fundadores de la nación norteamericana. La siguiente traducción (la segunda que realizo de un texto de Paine) es el inicio de una serie de escritos clásicos y panfletarios del autor titulados American crisis. Estos trabajos fueron publicados desde 1776 hasta 1783, coincidentemente con la revolución independentista. Como suele decirse, toda explicación acerca del presente radica en la historia.






ESTOS SON LOS TIEMPOS que prueban el alma de los hombres. El soldado de verano y el patriota a la luz del día se escabullirán, en esta crisis, del servicio de su país. Pero el que se alce de ahora en adelante merecerá el amor y la gratitud de los hombres y las mujeres compatriotas. La tiranía, como el infierno, no es conquistada fácilmente. Y aun así tenemos con nosotros el consuelo de que cuánto más duro el conflicto, más glorioso el triunfo. Lo que obtenemos a un bajo precio, lo estimamos demasiado livianamente. Es únicamente el alto costo lo que le da a cada cosa su valor. El cielo sabe cómo poner un precio apropiado a sus mercancías y sería extraño, ciertamente, que un artículo tan celestial como la libertad no fuera costoso. Gran Bretaña, con una Armada para asegurar su tiranía, ha declarado que tiene el derecho no solamente a poner impuestos, sino a amarrarnos totalmente en cualquier caso. Y si ser amarrado de esa manera no es esclavitud, entonces no hay tal cosa como la esclavitud sobre la tierra. Hasta la expresión es impía, porque un poder tan ilimitado puede solamente pertenecer a Dios.

No entraré en la discusión de si la independencia del continente fue declarada demasiado pronto o demorada largo tiempo. Mi propia y simple opinión es que, si hubiera sido ocho meses antes, habría sido mucho mejor. No hicimos un uso apropiado del último invierno, ni podríamos haberlo hecho mientras éramos un estado dependiente. Sin embargo, la falta, si es que hubo una, fue toda nuestra. No tenemos a nadie a quien culpar sino a nosotros. Pero no se ha perdido demasiado todavía. Todo lo que Howe ha estado haciendo este mes pasado es más un estrago que una conquista, al cual el espíritu de los Jerseys, un año atrás, habría rápidamente reprimido, y al que el tiempo y un poco de resolución pronto recuperarán.

Tengo menos superticiones que ningún hombre viviente, pero mi opinión secreta ha sido siempre, y todavía lo es, que Dios Todopoderoso no entregará a un pueblo a la destrucción militar, o lo abandonará sin ayuda a que perezca, y aun menos a un pueblo que tan seria y repetidamente buscó evitar las calamidades de la guerra por todos los métodos decentes que la sabiduría pudo inventar. Ni tampoco hay tanto de impío en mí como para suponer que Él ha renunciado al gobierno del mundo y nos ha entregado al cuidado de los diablos; y como no lo hago, no puedo ver bajo qué motivos el rey de Gran Bretaña puede mirar al cielo pidiendo por ayuda contra nosotros: un asesino común, un salteador de caminos, o alguien que irrumpe en una casa para robar, tienen tan buenas pretensiones como las suyas.


Es sorprendente ver cuán rápidamente el pánico corre a lo largo de un país. Todas las naciones y edades han estado sujetos a él. Gran Bretaña ha temblado como bajo una fiebre ante el reporte de la flota francesa ligera; y en el siglo XIV, la armada inglesa por entero, después de haber estragado el reino de Francia, fue devuelta a su lugar como hombres petrificados por el miedo. Y esta valiente hazaña fue llevada a cabo por unas pocas y quebradas fuerzas, reunidas y lideradas por una mujer: Juana de Arco. ¡Ojalá el cielo inspirara alguna virgen de Jersey a ensalzar el espíritu de sus coterráneos, y salvar a sus compatriotas sufrientes del daño y la violación! Y aun así, el pánico en algunos casos tiene sus usos; produce tanto bien como dolor. Su duración es siempre corta; la mente pronto crece a través de él y adquiere un hábito más firme que el anterior. Pero su peculiar ventaja es que, siendo la piedra de toque de la sinceridad y la hipocresía, lleva las cosas de los hombres hacia la luz, las cuales de otra manera habrían permanecido para siempre sin descubrir. (...) Tamizan los pensamientos escondidos del hombre y los exponen en público al mundo.


viernes, 23 de septiembre de 2016

COTTON MATHER y los juicios por brujería en Salem


Fragmento de LAS MARAVILLAS DEL MUNDO INVISIBLE

Autor: Cotton Mather (1663 -1728, Boston, Massachusets Bay Colony.)
Traductor: Pedro Peña

Cotton Mather fue un ministro puritano norteamericano y, como tal, una de las voces religiosas más influyentes a fines del siglo XVII y principios del XVIII. Dedicó gran parte de sus escritos al combate contra la brujería y a justificar los famosísimos juicios realizados en Salem en 1692. Particularmente a través de LAS MARAVILLAS DEL MUNDO INVISIBLE, publicado en 1693. Sus múltiples obras fueron causa de controversia incluso entre sus contemporáneos, y aunque al final de esta breve introducción al tema él mismo se deslinda de los juicios, hay testimonios que lo ubican presencialmente, y en primera línea, en las ejecuciones. Un personaje complicado. Una suerte de teórico inquisitorial puritano dispuesto a prodigar ajusticiamientos sin mayores consideraciones. Y, además, desde una perspectiva que podríamos llamar científico-médica, un defensor de la vacuna contra la viruela. Ortodoxo en la religión y progresista en la ciencia. Como para demostrar que en una misma vida hay espacio para casi todo.


Los primeros plantadores de estas colonias fueron una generación elegida de hombres, tan puros como para renegar de las muchas cosas que consideraban necesitadas de reforma en otras partes, y, aun así, tan pacíficos que abrazaron un exilio voluntario en el desierto americano, escuálido y hórrido, en vez de vivir en disputa con sus hermanos. Aquellos buenos hombres imaginaron que legarían su posteridad en un lugar donde nunca se verían las incursiones de la blasfemia o la superstición. Y una persona reconocida, retornando desde allí pudo, en un sermón ante el Parlamento, declarar: “He estado siete años en un país en el que nunca vi un hombre borracho, ni escuché un juramento, ni una blasfemia, ni vi ningún vagabundo en las calles en todo aquel tiempo...”.
Pero ¡ay!, los hijos y los criados de aquellos viejos fundadores deben soportar muchas plantas degeneradas, y ha aumentado ahora el número de gente inclinada en una dirección distinta a la de nuestro Josué1 y de los ancianos que le sobrevivieron. (...) Para hacerlo breve, aquel interés en el Evangelio, que era el mensaje y el encargo de nuestros padres para este lugar del fin del mundo, ha sido negado y pospuesto en demasía, y los logros de una generosa educación, devaluados por las multitudes que han caído ahora en una exorbitante maldad. Y algunos, especialmente nuestros jóvenes, cuando se han ido lejos de las restricciones aquí impuestas sobre ellos, se han vuelto extravagante y abominablemente maliciosos. Es así entonces que la felicidad de Nueva Inglaterra ha sido solo por un tiempo, como fue dicho, y no por un largo tiempo, como podríamos haber deseado. Una variedad de calamidades ha afligido desde hace tiempo a esta colonia. Y tenemos todas las razones imaginables para atribuírsela a la reprimenda del cielo sobre nosotros, a causa de nuestras múltiples apostasías. No hacemos un buen uso de nuestros desastres si no “Recordamos la razón por la que caemos, nos arrepentimos, y hacemos los primeros trabajos...2”. Pero aun nuestras aflicciones deben llevarse a una consideración más lejana. Hay una causa más profunda para nuestra desgracia. Hay que reconocerlo.
Los habitantes de Nueva Inglaterra son un pueblo de Dios afincado en aquellas que alguna vez fueron tierras del diablo, y puede fácilmente suponerse que el diablo se sintiera de gran manera perturbado cuando se percató de que tal pueblo vendría a cumplir la antigua promesa hecha a nuestro bienaventurado Jesús, de que Él tendría bajo su posesión las tierras más distantes. Irritado por todo esto, el diablo de inmediato puso en práctica toda clase de métodos para derribar a esta pobre colonia. Y de esa manera, gran parte de la iglesia que se aventuró en este territorio salvaje, de inmediato se encontró con que la serpiente echaba por su boca una fuerte riada para arrastrarla lejos. Creo que nunca fueron usados más recursos satánicos para perturbar a ningún pueblo bajo el sol, que los que han sido empleados para la extirpación de la viña que Dios ha plantado aquí, desterrando al pagano y haciendo espacio para ella, permitiendo que enraizara profundamente y llenara la tierra, que enviara sus ramas a través del Atlántico hacia el este, y sus brazos a través del río Connecticut al oeste, y que las colinas fueran cubiertas por su sombra desde entonces. Pero todos estos intentos del infierno han sido hasta ahora abortados, un Ebenezer 3 ha sido erigido aquí para alabanza de Dios por su pobre pueblo, y habiendo obtenido la ayuda de Dios, continuamos hasta este día. Por esta razón, el diablo ahora está haciendo una tentativa más sobre nosotros, una más difícil, más sorpresiva, más enredada en circunstancias ininteligibles que cualquier otra que hayamos encontrado hasta ahora. Una intentona tan crucial, que si salimos bien de ella pronto disfrutaremos de días mejores, con todos los buitres del infierno aplastados bajo nuestros pies. Él ha ordenado que sus legiones encarnadas nos persiguieran de la misma manera que el pueblo de Dios ha sido perseguido en el otro hemisferio. Así es que ha sacado a la luz a las más espirituales de ellas para hacerlas atacar sobre nosotros. Hemos sido advertidos por algunos cristianos de mucho fiar, aun vivos, de que un malhechor acusado de brujería, a la vez que de asesinato, y ejecutado en este lugar hace más de cuarenta años, dio entonces noticia de una horrible trama en contra de este país, a través de los cimientos de la brujería entonces recién dispuesta, que si no fuera convenientemente descubierta, probablemente volaría y tumbaría todas las iglesias del país. ¡Y ahora nosotros hemos presenciado con horror el descubrimiento de esta brujería! Una armada de diablos ha irrumpido sobre el lugar que es el centro y, de alguna manera, el primero de los asentamientos ingleses, y las casas de la buena gente allí están llenas de los pesarosos aullidos de sus hijos y criados, atormentados por invisibles manos con torturas por completo sobrenaturales.
...

No distraeré aun más al lector de su tan esperado entretenimiento en este breve informe de los juicios que han sucedido sobre algunos de los malhechores posteriormente ejecutados en Salem por brujería, de la cual fueron convictos. Por mi parte, no estuve presente en ninguno de ellos, ni tuve alguna vez ningún prejuicio personal con respecto a las personas traídas a escena, y mucho menos sobre sus parientes sobrevivientes, con los que y para quienes seré tan cordial deudo como cualquier hombre vivo en el mundo. ¡El Señor los reconforte!




1Alude aquí al patriarca bíblico que sucediera a Moisés y guiara a los israelitas a la Tierra Prometida.
2Mather reformula aquí una cita del Apocalipsis (2:5).
3Nombre dado a la piedra dispuesta como conmemoración de la victoria de Israel sobre los Filisteos.

miércoles, 8 de junio de 2016

SOBRE EL ORIGEN Y EL MOTIVO DEL GOBIERNO EN GENERAL (tomado de Common Sense)


AUTOR: Thomas Paine

TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: Cuando llegó a América, Thomas Paine (1737-1809) era un inglés empobrecido cuya vida había transcurrido entre fracasos. Dos años después era la voz más famosa y poderosa de la revolución. En Londres había conocido a Benjamin Franklin quien le escribió una carta de recomendación en la que lo caracterizaba como un “un ingenioso y valioso joven”. La obra cumbre de Paine, Common Sense (Sentido Común) fue publicada por primera vez en 1776 y se la considera un antecedente directo de la Declaración de Independencia que tuviera lugar seis meses después.


Algunos escritores han confundido tanto sociedad con gobierno, hasta casi no dejar ninguna distinción entre ambos; sin embargo no son solo distintos sino que tienen diferentes orígenes. La sociedad es producida por nuestros deseos y el gobierno por nuestra maldad. El primero promueve nuestra felicidad positivamente al unir nuestros afectos; el último negativamente restringiendo nuestros vicios. Uno promueve el intercambio, el otro crea distinciones. El primero es un patrono1, el segundo es un disciplinador.
La sociedad en cualquiera de sus estados es una bendición, pero el gobierno, aún en su mejor estado, no es más que un mal necesario. En su peor estado, un mal intolerable: porque desde que sufrimos o estamos expuestos a las mismas miserias por un gobierno, las cuales serían de esperar en un país sin gobierno, nuestra calamidad es elevada al verificar que nosotros mismos proveemos los medios por los cuales sufrimos. El gobierno, como el vestido, es el emblema de la inocencia perdida; los palacios de los reyes son construidos sobre las ruinas de las habitaciones del paraíso. Si los impulsos de la conciencia fueran claros, uniforme e irresistiblemente obedecidos, el hombre no necesitaría ningún otro legislador. Pero no siendo éste el caso, él encuentra necesario renunciar a una parte de su propiedad para proveer los medios para la protección del resto; a esto es inducido por la misma prudencia que en todos los otros casos le aconseja, de entre dos males, elegir el menor. Por esa razón, siendo la seguridad el verdadero designio y fin del gobierno, de forma incontestable sigue el pensamiento de que cualquier forma que aparezca como probable para asegurárnosla con el menor costo posible y el mayor beneficio, es preferible a todas las otras.
Para generar una clara y justa idea del designio y el fin del gobierno, supongamos un pequeño número de personas establecidos en algún apartado lugar de la tierra, desconectados del resto; ellos representarán entonces las primeras poblaciones de cualquier país, o del mundo. En este estado de natural libertad, la sociedad será su primer pensamiento. Mil motivos los llevarán a ello; la fuerza de un hombre es tan dispar en cuanto a sus deseos, y su mente tan poco dispuesta a la soledad perpetua, que es pronto obligado a buscar la asistencia y el alivio de otro, quien a su vez requiere lo mismo. Cuatro o cinco hombres unidos podrán levantar una morada aceptable en el medio del territorio salvaje, pero un solo hombre podría trabajar durante el período de una vida común sin lograr tal cosa. Cuando haya derribado su tronco no podrá removerlo, ni erigirlo después de haberlo removido. El hambre, mientras tanto, le urgirá a dejar su trabajo, y cada deseo lo convocará a un camino distinto. La enfermedad, y hasta el infortunio, serían la muerte; porque podrían, sin ser mortales, inutilizarlo para la vida, y reducirlo a un estado al que sería mejor llamar perecer que morir.
De esa manera la necesidad, como una fuerza gravitante, pronto volverá a los recientemente arrivados emigrantes una sociedad, cuyas recíprocas bendiciones sustituirán y dejarán de lado las obligaciones de la ley y el gobierno, innecesarias mientras permanezcan perfectamente justos con los otros. Pero como nada excepto el Cielo es inexpugnable al vicio, sucederá de forma inevitable que a medida que superen las primeras dificultades de la emigracion, la cual los reunió en una causa común, comenzarán a relajarse en sus deberes y compromisos hacia los demás; y esta negligencia señalará la necesidad de establecer alguna forma de gobierno que cubra el defecto de la virtud moral.
Algún árbol adecuado se convertirá en la Casa de Estado, bajo cuyas ramas toda la colonia se reunirá en asamblea para deliberar sobre los asuntos públicos. Es más que probable que su primeras leyes tendrán el título solo de Regulaciones y no serán reforzadas por otras penas más que la desestimación pública. En este primer parlamento cada hombre por derecho natural tendrá un asiento.
Pero cuando la Colonia crezca, los preocupaciones públicas también aumentarán, y la distancia que separe a los miembros les causará mucho inconveniente para volver a encontrarse en cada ocasión como la primera, cuando su número era pequeño, sus viviendas estaban cerca y las preocupaciones públicas eran pocas e insignificantes. Esto señalará la conveniencia de un consentimiento que permita que la parte legislativa sea manejada por un número selecto de elegidos de todo el cuerpo, quienes se supone que tendrán las mismas preocupaciones e intereses que aquellos que los han nombrado, y que actuarán de la misma manera en la que actuaría todo el cuerpo si éste estuviera presente. Si la colonia continúa creciendo, se volverá necesario aumentar el número de representantes, y para que el interés de cada parte de la colonia pueda ser atendido, se considerará mejor dividir el todo en partes convenientes, cada parte enviando su propio número, y de esa manera los elegidos nunca podrán generar para ellos un interés separado del de los electores; la prudencia señalará la pertinencia de tener elecciones a menudo: porque debido a que los electos de esa manera retornarán a mezclarse con el cuerpo general de electores en unos pocos meses, su fidelidad al interés público estará asegurada por la prudente reflexión de no crearse sus propios castigos. Y como este frecuente intercambio establecerá un interés común con cada parte de la comunidad, ellos mutua y naturalmente apoyarán a los otros, y en esto (no en el insignificante nombre del rey) se sustenta la fuerza del gobierno y la felicidad de los gobernados.
Aquí entonces es el origen y el ascenso del gobierno; lo que es decir, una forma necesaria por la incapacidad de la virtud moral para gobernar el mundo; aquí también está el designio y el fin del gobierno. Libertad y seguridad. Y sin embargo nuestros ojos pueden estar impresionados con el espectáculo, nuestras orejas embaucadas por el sonido; a pesar de que el prejuicio pueda envolver nuestras voluntades, o los intereses oscurecer nuestro entendimiento, la simple voz de la naturaleza y la razón dirán “está bien”.



1En el sentido de mecenas.

sábado, 14 de mayo de 2016

SOBRE LA ESCLAVITUD (fragmento de Cartas de un granjero americano)


AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de
Transporte de esclavos
Crèvecoeur)

TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: en un texto anterior de Crèvecoeur (1735-1813) hemos visto su admiración por el nuevo continente y sus habitantes. Pero en sus cartas también están presentes los aspectos negativos de la nueva nación que se gestaba a partir de las colonias inglesas. En este caso se trata de un fragmento en el que el autor arremete contra los propietarios de plantaciones en Charleston y el terrible tratamiento al que sometían a sus esclavos a fines del siglo XVIII. Un siglo antes de que los EEUU abolieran la esclavitud. El tenor del fragmento recuerda de alguna manera aquellas denuncias escritas por Bartolomé de las Casas acerca del modo en el que los conquistadores españoles sometían a los nativos americanos en Centroamérica y el Perú.


Fragmento de la CARTA IX


  Si alguna vez poseyera una plantación y mis esclavos fueran tratados como son en general tratados aquí, nunca podría descansar con tranquilidad; mi sueño sería perpetuamente estorbado por la retrospectiva de los fraudes cometidos en África para atraparlos, fraudes que sobrepasan en enormidad todo lo que una mente común posiblemente pueda concebir. Estaría pensando en el tratamiento bárbaro con el que se encuentran a bordo de las naves, en sus angustias, en la desesperación necesariamente inspirada por su situación cuando se los arranca de sus amigos y relaciones, cuando son entregados en las manos de gente de color distinto a quienes no pueden entender, transportados en una extraña máquina sobre un siempre agitado elemento que nunca han visto antes, y finalmente entregados a la severidad de los azotadores y a las excesivas labores de los campos. ¿Puede ser posible que la fuerza de la costumbre me haga sordo a todas estas reflexiones y tan insensible a la injusticia de este comercio y a sus miserias como parecen serlo los ricos habitantes de este pueblo? ¿Qué es entonces el hombre, este ser que se jacta tanto de la excelencia y de la dignidad de su naturaleza entre toda la variedad de inescrutables misterios, de problemas sin solución, de los que está rodeado?
Aviso de venta de esclavos, sin viruela.

  ¿Pero es realmente cierto, como yo he escuchado que se asegura aquí, que estos negros son incapaces de sentir los acicates de la emulación y el sonido alegre del estímulo? De ninguna forma; hay mil pruebas existentes de su gratitud y de su fidelidad; esos corazones en los que pueden crecer tan nobles disposiciones son entonces como los nuestros; son susceptibles de todos los sentimientos generosos, de todos los motivos útiles de acción; ellos son capaces de recibir las luces del conocimiento, de absorber ideas que les aliviarían en mucho el peso de sus miserias. ¿Pero qué métodos se han usado en general para obtener tan deseable fin? Ninguno; el día en el que llegan y en el que son vendidos es el primero de sus trabajos, trabajos que desde esa hora en adelante no admiten respiro; incluso siéndoles por ley concedido el domingo para el esparcimiento, son obligados a emplear ese tiempo, el cual está pensado para el descanso, en labrar sus pequeñas plantaciones. ¿Qué puede esperarse entonces de estos desdichados en tales circunstancias? Forzados desde su país nativo, cruelmente tratados a bordo y no menos cruelmente tratados en las plantaciones a las cuales son llevados; ¿hay algo en este tratamiento que no deba encenderles todas las pasiones, sembrar en ellos todas las semillas del resentimiento inveterado y nutrirles el deseo de perpetua venganza? Ellos son abandonados al efecto irresistible de estas fuertes y naturales propensiones; los golpes que reciben, ¿son propicios a extinguirlos o conducentes a ganar su afecto? Ni son confortados por las esperanzas de que su esclavitud terminará alguna vez sino con su muerte, ni animados por la generosidad de su alimentación o la benevolencia en el trato. Las mismas esperanzas extendidas a la humanidad por la religión, ese sistema de consuelo tan útil a los miserables, nunca les son ofrecidas. Ni
Recompensa por un esclavo que huyó.
medios morales ni físicos son usados para ablandar sus cadenas; son abandonados en su estado original sin instrucción, ese mismo estado en el que las propensiones naturales de venganza y las destempladas pasiones son muy pronto encendidas. Ni un solo motivo que los anime o que pueda impeler su voluntad o excitar sus esfuerzos, solo terrores y castigos se les ofrecen; la muerte les es sentenciada si huyen; horribles laceraciones si hablan con su libertad originaria; son perpetuamente intimidados por los terribles golpes del látigo o por el temor de la pena capital, y aun así estos castigos a menudo fallan su propósito.


sábado, 7 de mayo de 2016

QUÉ ES UN AMERICANO (fragmento de CARTAS DE UN GRANJERO AMERICANO)


AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de
Crèvecoeur)

TRADUCTOR: Pedro Peña

  N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) fue un noble de baja jerarquía que durante algunos años vivió en las colonias francesas e inglesas en Norteamérica. Llegó allí después de haber completado sus estudios en Inglaterra. En Canadá se enlistó en la Milicia Colonial Francesa con grado de oficial. Fue tomado prisionero tras la derrota de las tropas francesas en Quebec. Luego de su liberación se trasladó a New York, desde donde viajó a lo largo y ancho de las colonias inglesas como comeciante. En 1769 compró tierras al noreste de New York y se asentó como granjero. Al tiempo comenzó a escribir ensayos y crónicas sobre su experiencia en aquella nueva América cuya identidad se estaba forjando en conflictos permanentes entre las coronas, los nativos y los colonos independentistas.
   Cuando estaba próxima a estallar la guerra de independencia, Crèvecoeur, simpatizante británico (como queda claro en sus escritos), decidió regresar a Francia. Allí descubrió que sus escritos eran muy bien recibidos. En 1782 vio la luz en Inglaterra su libro Letters from an american farmer, que adquirió fama rápidamente. Se trataba de una exaltación modélica de la nueva nación en ciernes.
   Luego de varios viajes, incluido un regreso en 1787 como cónsul a lo que ahora se había convertido en los EEUU, Crèvecoeur pasó sus últimos años en Normandía como un escritor noble y olvidado que escribía sobre cosas que ya no interesaban, en medio de los conflictos europeos dominados por la figura de Napoleón.


Carta III: QUÉ ES UN AMERICANO (fragmento)

En este gran asilo americano los pobres de Europa se han de alguna manera reunido como consecuencia de varias causas. ¿A qué propósito deberían preguntarse unos a otros a qué país pertenecen? ¡Alas!, dos tercios de ellos no tenían país. ¿Puede un desdichado, que vagabundea de aquí para allá, que trabaja y a la vez muere de hambre, cuya vida es una continua escena de dolorosa aflicción y de punzante penuria, puede, ese hombre, decir que Inglaterra o algún otro de los reinos del mundo es su país? ¿Un país que no tenía pan para él, cuyos campos nunca le procuraron cosecha alguna, que lo único que le ofreció fue el ceño fruncido de los ricos, la severidad de sus leyes, las cárceles y los castigos; en el que no era dueño siquiera de un solo pie sobre la extensa superficie de este planeta? ¡No! Urgido por una variedad de motivos, aquí vinieron. Todo se ha dispuesto para regenerarlos: nuevas leyes, una nueva forma de vida, un nuevo sistema social. Aquí se han vuelto hombres. En Europa eran como esas plantas inútiles: esperando el abono y el riego fresco, se marchitaron y fueron masacradas por la escasez, el hambre y la guerra. Pero ahora, por el hecho de haber sido trasplantadas, como cualquier otra planta, han echado raíz y florecido. Anteriormente no figuraban en ninguna lista civil de su país excepto en la de los pobres. Aquí son considerados como ciudadanos. ¿Por qué invisible poder ha ocurrido esta sorprendente metamorfosis? Por el poder de las leyes y el de su industria. Las leyes, las indulgentes leyes, los protegen cuando llegan estampando sobre ellos la marca de la adopción; reciben amplia recompensa por sus trabajos; estas recompensas acumuladas les procuran tierras; esas tierras les confieren el título de hombres libres, y, sujeto a ese título, cualquier beneficio que el hombre pueda requerir. Esa es la gran operación que diariamente realizan nuestras leyes. ¿De dónde proceden estas leyes? De nuestro gobierno. ¿Y de dónde nuestro gobierno? Éste se deriva del genio original y del fuerte deseo del pueblo ratificado y confirmado por la Corona. Esa es la gran cadena que nos une a todos.
¿Qué atadura puede un pobre emigrante europeo tener por un país donde nunca tuvo nada? El conocimiento del lenguaje, el amor por unos pocos parientes tan pobres como el mismo, eran los únicos hilos que lo ataban. Su país es ahora aquel que le da tierra, pan, protección e importancia. Ubi panis idi patrias es el motor de todos los emigrantes. ¿Qué es entonces el americano, este nuevo hombre? Es un europeo, o el descendiente de un europeo, de tal forma que tan extraña mezcla de sangre no se encuentra en otro país. Yo podría señalarles a ustedes una familia cuyo abuelo era un inglés, su esposa una holandesa, cuyo hijo se casó con una mujer francesa, cuyos descendientes tienen ahora cuatro esposas de diferentes naciones. Él es un americano, quien dejando detrás de sí sus antiguos prejuicios y sus antiguas costumbres, recibe otras nuevas provenientes de la nueva forma de vida que ha abrazado, un nuevo gobierno al que obedece, y el nuevo estatus que ahora sostiene. Él se convierte en americano al ser recibido en el amplio regazo de nuestra gran Alma Mater. Aquí individuos de todas las naciones se mezclan en una nueva raza  cuyos trabajos y posteridad un día causarán grandes cambios en el mundo.
Los Americanos estuvieron una vez dispersos por toda Europa. Aquí están incorporados dentro de uno de los más afinados sistemas de población que ha existido alguna vez y que en adelante los distinguirá a causa de los diferentes climas en los que habitan. El americano debería entonces amar este país mucho más que aquel en el que sus padres nacieron. Aquí las recompensas de su trabajo industrioso siguen con igual paso el progreso de su labor; su labor está fundada en la base de la naturaleza, el interés propio. ¿Puede desearse un mayor estímulo? Esposas y niños, quienes antes en vano demandaban de él un bocado de pan, ahora rollizos y vivaces, de forma agradecida, ayudan a su padre a limpiar aquellos campos en los que los cultivos exuberantes crecerán para alimentarlos y vestirlos a todos, sin que ninguna parte sea reclamada por príncipes despóticos, abates ricos o poderosos señores. Aquí la religión demanda poco de él: un pequeño salario voluntario al ministro y la gratitud a Dios. ¿Puede rehusarse a esto?
El Americano es un hombre nuevo que actúa bajo nuevos principios. Debe por eso generar nuevas ideas y formar nuevas opiniones. Del ocio involuntario, la servil dependencia, las penurias y la labor inútil, ha pasado a un trabajo arduo de una naturaleza muy diferente, recompensado por una abundante subsistencia. Esto es un americano.


sábado, 30 de abril de 2016

LA VENTA DE LOS HESSIANOS


AUTOR: Benjamin Franklin
Campesino hessiano siendo reclutado frente a su familia

TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: mientras servía como delegado de las colonias americanas en París, Franklin escribió una de sus más efectivas sátiras. Usando la forma de una carta privada entre dos nobles alemanes imaginarios y con el objetivo de ridiculizar a los británicos por la contratación de mercenarios hessianos (provenientes de Hesse, Alemania) para combatir a los revolucionarios americanos, fue publicada por primera vez en 1778.



Del Conde de Schaumbergh al Barón de Hohendorf, comandante de las tropas hessianas en América.

Roma 18 de febrero de 1777
Señor Barón:
A mi retorno de Nápoles recibí en Roma su carta del 27 de diciembre del año pasado. He sabido, con indecible placer, del coraje que nuestras tropas exhibieron en Trenton y usted no puede imaginar mi alegría cuando me ha dicho que de los 1950 hessianos involucrados en la lucha, solamente 345 escaparon. Hubo solamente 1605 hombres muertos, y no puedo dejar de encomendarle suficientemente a su prudencia para que me envíe una lista exacta de los muertos a mi delegado en Londres. Esta precaución es de lo más necesaria ya que el recuento enviado al ministerio inglés no admite más que 1455 muertos. Esto haría un total de 483.450 florines en vez de los 643.500 a los que tengo derecho a demandar según nuestro acuerdo. Usted comprenderá el perjuicio que tal error causaría en mis finanzas y no dudo de que hará los esfuerzos necesarios para probar que la lista de Lord North es falsa y la suya es la correcta.
La corte de Londres objeta que hubo unos 100 heridos que no deberían ser incluidos en la lista ni debería por ellos pagarse como muertos; pero yo confío en que usted no soslayará mis instrucciones a la salida de Cassel, y que no habrá tratado, por alguna cuestión de socorro humanitario, de rescatar la vida de algunos infortunados cuyos días no podían ser alargados sino con la pérdida de una pierna o de un brazo. Eso sería hacerles un pernicioso regalo y estoy seguro de que ellos preferirían morir antes que vivir en una condición que no les permitiera en adelante ser útiles a mi servicio. No quiero decir con esto que usted deba asesinarlos; deberíamos ser humanos, mi querido Barón, pero usted puede insinuarle a los cirujanos, con total propiedad, que un hombre inválido es un reproche para su profesión, y que no hay camino más inteligente que dejar a cada uno de ellos morir cuando deja de ser bueno para la lucha.
 Estoy por enviarle algunos nuevos reclutas. No los economice. Recuerde la gloria antes que todas las cosas. La gloria es la verdadera riqueza. No hay nada que degrade más a un soldado que el amor al dinero. Él debe solamente cuidar el honor y la reputación, pero esa reputación debe ser adquirida en medio del peligro. Una batalla ganada sin que le cueste el conquistador nada de sangre es un suceso sin gloria, mientras que los conquistados se cubren a sí mismos con gloria al morir con sus armas en sus manos. ¿Recuerda usted aquello de los trescientos lacedemonios que defendieron el desfiladero de las Termópilas y de los cuales ninguno retornó? ¡Cuán feliz sería yo si pudiera decir lo mismo de mis bravos hessianos! Es cierto que su rey Leónidas murió con ellos, pero las cosas han cambiado y no es más una costumbre que los príncipes de un imperio vayan y peleen en América por una causa en la cual no tienen ningún tipo de interés. Y además, ¿a quién le pagarían esas treinta guineas por hombre si yo no estuviera en Europa para recibirlas?

De la misma manera, es necesario también que yo esté presto a enviarle a usted reclutas para reemplazar a los hombres que usted pierde. Para este propósito debo retornar a Hesse. Es verdad que los hombres adultos están comenzando a escasear, así que le enviaré algunos muchachos. Además, a más escasa la materia prima, más alto el precio. Estoy seguro de que las mujeres y niñas pequeñas han empezado a cultivar nuestras tierras y no lo hacen de mala manera.
Usted hizo bien al enviar de regreso a Europa al doctor Crumerus, que fue tan exitoso curando la disentería. No se moleste con un hombre que está sujeto a la pérdida de su intestino grueso. Esa enfermedad hace malos soldados. Un cobarde causará más daño en una batalla que lo que podrían causar diez hombres valientes. Mejor es que ardan en sus barracas antes de que vuelen a la batalla y desluzcan la gloria de nuestras armas. Además, usted ya sabe que me pagan como muertos en combate por aquellos que fallecen de enfermedad, y que no recibo ni siquiera un cuarto de penique por los que huyen. 
  Mi viaje a Italia, el cual me ha costado enormemente, hace deseable que haya una gran mortandad entre los nuestros. Por lo tanto, usted prometerá promociones a todos los que se expongan en demasía; les exhortará a buscar la gloria en medio de los peligros; además le dirá al mayor Maundorff que no estoy contento con su rescate de 345 hombres que escaparon a la masacre de Trenton. A lo largo de toda la campaña él no ha tenido siquiera 10 hombres que hayan muerto como consecuencia de sus órdenes.
Finalmente, que sea su principal objetivo el prolongar la guerra y el evitar una batalla decisiva para cualquiera de los dos bandos, porque he hecho arreglos para una gran ópera italiana y no deseo ser obligado a cancelarla. Mientras tanto le ruego a Dios, mi querido Barón de Hohendorf, que lo tenga a usted en su Sagrado cuidado pleno de Gracia.


domingo, 20 de marzo de 2016

APOLOGÍA DE LAS AMANTES MADURAS (Old Mistresses Apologue)


N. del T.: Benjamin Franklin (Boston, 1706 – Filadelfia, 1790) es considerado uno de los padres fundadores de los EEUU. Nacido de una familia pobre, es una de las primeras encarnaciones del legendario self-made-man estadounidense. Se lo asocia tanto a la política como a la ciencia. Destacó como embajador de las entonces colonias inglesas en Europa al igual que como inventor. Y escribió muchísimo sobre sus trabajos en un campo y en el otro. El texto que sigue no fue dado a conocer al público hasta bien entrado el siglo XX. Ninguno de los biógrafos y editores decimonónicos de Franklin se atrevió a publicarlo antes por juzgarlo demasiado indecente. Late en las palabras del autor una visión muy machista de la mujer y de su rol social y cultural. Por eso mismo el texto podría servir para historiar la forma en que las culturas hoy dominantes, a través de las ideas de uno de sus forjadores, han considerado las relaciones entre hombres y mujeres. Y también para visualizar cómo es que esas ideas han evolucionado, en uno u otro sentido.

Por último, un detalle: las versiones que circularon de forma privada iban bajo el título original de “Advice to a young man on the choice of a mistress”. En castellano: “Consejo para un joven ante la elección de una amante”.





25 de junio de 1745

Mi querido amigo,

No conozco medicina natural alguna que sirva para disminuir las violentas inclinaciones naturales que tú mencionas; y si la conociera, pienso que no te la aconsejaría. El matrimonio es el remedio adecuado. Es el estado más natural del hombre, y por esa razón el estado en el que más probablemente encontrarás una sólida felicidad. Tus razones en contra de entrar en él al presente, me parecen no bien fundadas. Las ventajas circunstanciales que tienes en vista al posponerlo no solamente son inciertas sino que son pequeñas en comparación con el asunto en sí, con el estar casado y asentado. Son el hombre y la mujer unidos los que hacen al ser humano completo. Separados, ella quiere el poder de su cuerpo y la fuerza de su razón; él, su suavidad, sensibilidad y ajustado discernimiento. Juntos es más probable que triunfen en el mundo. Un hombre soltero ni siquiera se acerca al valor que podría tener en aquel estado de unión. Es un animal incompleto. Se asemeja a la mitad impar del par de tijeras. Si consigues una esposa prudente y saludable, tu industria en tu profesión y su buena economía harán suficiente fortuna.

Pero si tú no tomas este consejo, y persistes en pensar en el comercio inevitable del sexo, entonces repito mi consejo anterior: que en todos tus amores prefieras las mujeres maduras a las jóvenes. Tú llamas a esto una paradoja y requieres mis razones. Y son estas:



1. Porque como tienen un mayor conocimiento del mundo y sus mentes están mejor dotadas de observaciones, su conversación es más instructiva y más perdurablemente agradable.



2. Porque cuando las mujeres dejan de ser atractivas se preocupan por ser buenas. Para mantener su influencia sobre el hombre, ellas suplen la disminución de la belleza con un aumento de la utilidad. Aprenden a realizar mil servicios pequeños y grandes, y son el amigo más tierno y útil cuando estás enfermo. De esa manera ellas siguen siendo amables. Y por consiguiente es muy raro que se encuentre tal cosa como una mujer madura que no sea una buena mujer.



3. Porque no hay riesgo de niños, los cuales, si son producidos irregularmente, deben ser atendidos con mucha inconveniencia.



4. Porque a través de su mayor experiencia, ellas son más prudentes y discretas para conducir una intriga que prevenga una sospecha. El comercio con ellas es de esa forma más seguro para tu reputación. Y también para la de ellas, si sucede que la aventura llega a conocerse, considerando que la gente podría estar bastante más inclinada a excusar a una mujer madura que amablemente prodiga cuidados a un hombre joven, pule sus costumbres con sus consejos y lo previene de arruinar su salud y fortuna entre las prostitutas mercenarias.



5. Porque en cada animal que camina vertical, las deficiencias de los fluidos que llenan sus músculos aparecen primero en las partes más altas: la cara es la primera en tornarse arrugada y sin vivacidad; luego el cuello; entonces el pecho y los brazos; las partes más bajas continúan hasta lo último tan rollizas como siempre; por lo tanto, cubriendo todo lo de arriba con una cesta, y considerando solo lo que queda debajo del cinturón, es imposible disinguir entre dos mujeres cuál es la madura y cuál es la joven. Y como en la oscuridad todos los gatos son pardos, el placer del disfrute corporal con una mujer madura es al menos igual, y frecuentemente superior, y cada habilidad, a través de la práctica, capaz de mejorarse.



6. Porque el pecado es menor. Corromper a una virgen puede ser su ruina y hacerla infeliz para toda la vida.



7. Porque el remordimiento es menor. Haber hecho miserable a una mujer joven puede darte frecuentes amargas reflexiones; ninguna de las cuales se presentará cuando hagas feliz a una mujer madura.



8. Finalmente, ¡ellas son tan agradecidas!



Y eso es todo para lo de mi paradoja. Pero aun te aconsejo que te cases directamente; saludos cordiales. Tu afectuoso amigo.




jueves, 3 de marzo de 2016

EL DIARIO SECRETO DE WILLIAM BYRD DE WESTOVER


Autor: William Byrd II
Traductor: Pedro Peña

N. del T.: William Byrd II (Virginia, 1674 – 1744) fue un acaudalado dueño de plantaciones y esclavos en las colonias americanas. Hombre de una vasta cultura, también fue exitoso en sus emprendimientos políticos, llegando a ocupar altos cargos en los Consejos y en las Cortes de la Colonia, y también representando los intereses de Nueva Inglaterra en la Europa continental. Asimismo se lo considera el fundador de la ciudad de Richmond, Virginia. Aficionado a las letras y creyente, escribió obras sobre diversos asuntos de la época, entre las que destaca The Secret Diary of William Byrd of Westover, que registra sucesos personales entre 1709 y 1712 con una honestidad bastante riesgosa. Hay allí referencias a sus actividades comerciales, literarias, judiciales, y también un riguroso registro de sus aventuras amorosas, sus intentos a veces frustrados en ese campo, y los avatares de su vida conyugal. Todo el tiempo contrastan la devoción religiosa con la confesión de pecados carnales o de pensamientos impuros para el autor. Párrafo aparte para las repetidas menciones de los brutales castigos a los que él y su esposa sometían a los esclavos, narrados con suma naturalidad y sin el más mínimo atisbo de culpa. 
Se ha respetado del original la escritura de números en referencia a las horas del día.  

1709.
Mayo, 21. Me desperté a las 5 en punto y leí un capítulo en hebreo y algo de griego en Josefo1. Recé mis oraciones y tomé leche para el desayuno. Baile mi baile2. Cerca de las doce el Sr. Bland llegó de Williamsburg y me trajo algunas cartas de Inglaterra y un registro del Sr. Perry de 7 libras por tonel. Me tranquilizó acerca de que las pieles y los 350 toneles de tabaco fueron salvados del Perry and Lane, y algo más del tabaco que estaba en las otras naves que se perdieron en la tormenta que ocurrió en Inglaterra en enero. El sombrerero trajo algunos sombreros desde Appomattox. Ambos comieron conmigo. Comimos borrego y ensalada. En la tarde jugamos al billar. En la tardecita se fueron y yo hice una caminata por la plantación. Me puse de mal humor al ver trepar a mi esposa por sobre la cerca del jardín, ahora que ella está embarazada. Me encomendé del todo a Dios. Tuve buena salud, buenos pensamientos y buen humor, gracias a Dios Todopoderoso.

Octubre, 6. Me levanté a las 6 en punto y dije mis oraciones y tomé leche para el desayuno. Entonces me dirigí a Williamsburg, donde encontré todo bien. Fui al capitolio, donde envié por la criada para que limpiara mi dormitorio y cuando vino la besé y la acaricié, por lo cual Dios me perdone. Entonces fui a lo del Presidente, a quien encontré indispuesto. Almorcé con él carne de res con carne de res [sic]. Luego fuimos a su casa y jugamos piquet. Allí nos encontró el Sr. Clayton. Pasamos mucho trabajo para encontrar una botella de vino francés. Cerca de las diez en punto me fui a mi alojamiento. Tuve buena salud pero retorcidos pensamientos. Dios me perdone.

Octubre, 19. Me levanté a las 6 en punto y no pude rezar mis oraciones porque el Coronel Bassett y el Coronel Duke vinieron a verme. Por la misma razón, no pude leer nada. Tomé leche para el desayuno. Cerca de las 10 fuimos a la corte, donde un hombre estaba siendo juzgado por violar a una mujer muy fea. Había abundancia de mujeres en la galería. Me encomendé a Dios al entrar en la corte. Cerca de la una en punto fui a mi recámara para descansar un poco. La corte se levantó a las 4 en punto y cené con el Consejo. Comí carne hervida en la cena. Me dí a mí mismo la libertad de hablar de forma muy lasciva, por lo cual Dios me perdone. Dije mis oraciones y tuve buena salud, buenos pensamientos, buen humor, gracias a Dios Todopoderoso.

Noviembre, 2. Me levanté a las 6 en punto y leí un capítulo en hebreo y algo de griego en Luciano3. Dije mis plegarias y tomé leche para el desayuno, y asenté algunos registros y entonces fui a la corte donde pusimos fin a un asunto. Fuimos a cenar cerca de las 4 en punto y comí carne hervida de nuevo. Al atardecer fui a lo del Dr. Barret, adonde había venido mi esposa esta tarde. Aquí encontré a la Sra. Chiswell, a mi hermana Custis y a otras damas. Nos sentamos y hablamos hasta cerca de las 11 y entonces nos retiramos a nuestras recámaras. Jugué un poco con la Sra. Chiswell y la besé sobre la cama hasta que ella se enojó y mi esposa también se ofuscó por esto y gritó y lloró cuando el resto se hubo ido. Pasé por alto decir mis oraciones, lo que no debí haber hecho, puesto que debía haber rogado perdón por la lujuria que sentí por la esposa de otro hombre. Sin embargo, tuve buena salud, buenos pensamientos, buen humor, gracias a Dios Todopoderoso.

1710.
Diciembre, 31. En alguna noche de este mes soñé que veía una espada en llamas en el cielo y llamaba a alguien para verla, pero antes de que pudieran venir ya había desaparecido. Cerca de una semana después mi esposa y yo estábamos caminando cuando descubrimos entre las nubes una nube brillante con la forma exacta de un dardo que parecía abatirse sobre mi plantación, pero asimismo pronto desapareció. Ambas apariciones parecían anunciar algún infortunio que luego vino a suceder con la muerte de varios de mis negros de una forma muy inusual. Mi esposa, hace unos dos meses, soñó que veía un ángel en la forma de una mujer grande quien le contó que el tiempo estaba alterado y las estaciones cambiadas y que varias calamidades seguirían a esta confusión. Dios aparte Su juicio de este pobre país.

1711.
Octubre, 21. Me levanté cerca de las 6 y empezamos a empacar nuestro equipaje para regresar. Tomamos chocolate con el Gobernador y sobre las 10 partimos hacia el pueblo de Nottoway, y los niños indios vinieron con nosotros, asignados para la Universidad4. El Gobernador les hizo tres propuestas a los Tuscaroras: que se unieran a los ingleses para terminar con aquellos indios que habían asesinado a la gente de Carolina; que se les darían 40 chelines por cada cabeza que trajeran de aquellos indios culpables y se les pagaría el precio de un esclavo por cada uno que trajeran vivo; y que ellos deberían enviar a uno de los hijos de cada jefe de cada pueblo a la Universidad. Cenamos cerca de las 4, carne hervida otra vez. El caballo de mi asistente estaba débil por lo que lo dejaron sangrar. En la noche le pedí a una joven negra que me besara, y cuando me fui a la cama tenía mucho frío porque hacía mucho que me había sacado la ropa. Renuncié a decir mis oraciones pero tuve buena salud, buenos pensamientos y buen humos, gracias a Dios Todopoderoso.

1712.
Febrero, 5. Me levanté sobre las 8. Mi esposa me mantuvo mucho tiempo en la cama donde me la tiré. No leí nada, pero puse mis asuntos en orden. Rehusé decir mis oraciones y comí carne hervida para el desayuno. Mi esposa hizo que varios esclavos fueran azotados por su holgazanería. Hice algunas cuentas y puse otros asuntos en orden hasta que fue hora de la cena. De noche leí algo de latín. Recé mis oraciones y tuve buena salud, buenos pensamientos y buen humor, gracias a Dios Todopoderoso. Luego me tiré a mi esposa otra vez.

1Flavius Josephus (37-100 dC), historiador judío descendiente de la casta sacerdotal.
2Referencia a los ejercicios físicos que realizaba de forma cotidiana.
3Luciano de Samosata (125 – 180 dC), escritor sirio que desarrolló su obra en griego.
4En el original en inglés: College, en alusión a The College of William and Mary at Williamsburg, del cual Byrd era uno de sus supervisores, y donde College debe interpretarse como Universidad o Facultad, dependiendo del caso.

jueves, 25 de febrero de 2016

NARRACIÓN DEL CAUTIVERIO Y LA RESTITUCIÓN DE MRS. MARY ROWLANDSON


Autora: MARY ROWLANDSON

Traductor: Pedro Peña

N. del T.: Entre 1675 y 1678 se desarrolló en Nueva Inglaterra (hoy EEUU) un conflicto armado de grandes proporciones entre nativos y colonos. Se lo conoció como la Guerra del Rey Phillip, en alusión al nombre cristiano que los colonos le habían adjudicado a Metacomet, jefe de los Wampanoag, capturado por los colonos ingleses y muerto en cautiverio. Mary Rowlandson (1637 – 1711) vivía en Lancaster, Massachusetts, al comienzo de la guerra. Su casa fue atacada y ella secuestrada por los nativos, con los que convivió casi tres meses. En ese tiempo se movieron de forma constante por territorio salvaje, con todas las privaciones y penurias que pudieran acaecerle a una cautiva. Una de sus hijas murió durante aquel periodo y otros dos fueron separados de ella. Finalmente, el 2 de mayo, fue rescatada. En 1682 se publicó por primera vez su historia, escrita por ella misma, bajo el título A Narrative of the Captivity and Restoration of Mrs. Mary Rowlandson (ver título). Bajo clara influencia del Puritanismo, la prosa de Rowlandson acude constantemente a citas y episodios bíblicos. Puede parecer un tanto repetitiva en la utilización de ciertas expresiones o palabras, e incluso la temporalidad del relato ofrece ciertas dificultades, pero es un texto notablemente útil para entender aquel mundo. Los nativos representan lo salvaje, bárbaro e infiel en oposición a la piedad y a la civilización de los cristianos blancos, lo que se constituiría más tarde en una forma dominante de ver el mundo. La narrativa americana de cautiverio, que en nuestras latitudes fue tan popular durante el siglo XIX (basta mencionar los ejemplos de Andrés Echeverría y José Hernández), tiene aquí uno de sus textos originarios.


   EL DÉCIMO DÍA del mes de Febrero de 1675 vinieron los indios en gran número sobre Lancaster. Su primera llegada fue cerca del amanecer; escuchando el ruido de las armas, observamos afuera; muchas casas se estaban incendiando y el humo ascendía al cielo. Cinco personas fueron capturadas en una casa. El padre, la madre y un niño de pecho fueron golpeados en la cabeza. Tomaron a otros dos niños y se los llevaron vivos. Hubo otros dos que, estando fuera de la guarnición en aquel momento, fueron atacados. Uno de ellos fue golpeado en la cabeza, el otro escapó. Hubo otro que, al huir, fue alcanzado y herido por disparos, y cayó; les suplicó por su vida, prometiéndoles dinero (tal como ellos me narraron), pero no lo escucharon sino que lo golpearon en la cabeza y lo desnudaron y le abrieron las entrañas. Otro más, viendo a muchos de los indios alrededor de su granero, se arriesgó a salir, pero fue rápidamente derribado por otro disparo. Hubo otros tres pertenecientes a la misma guarnición que fueron asesinados. Los indios, subiendo al techo del granero, tenían ventaja para disparar sobre ellos y la fortificación. De esa manera aquellos desdichados asesinos continuaron quemando y destruyendo todo tras ellos.
   Entonces vinieron y sitiaron nuestra propia casa, y aquello rápidamente se volvió el día más triste que alguna vez vieran mis ojos. La casa se alzaba sobre el borde de una colina. Algunos de los indios se colocaron detrás de la colina, otros dentro del granero, y aun otros detrás de cualquier cosa que pudiera protegerlos. Desde todos esos lugares disparaban contra la casa, de manera que las balas parecían volar como granizo; rápidamente hirieron a uno de los nuestros, luego a otro, y luego a un tercero. Cerca de dos horas -de acuerdo a mi observación, en ese tiempo increíble- habían estado en los alrededores de la casa antes de que se decidieran a quemarla, lo que hicieron con lino y cáñamo que sacaron del granero, y estando sin defensa la casa, con solo dos laderos en dos esquinas opuestas, y uno de ellos aun sin terminar. Prendieron fuego la casa una vez y alguien de los nuestros se aventuró afuera y lo extinguió, pero ellos rápidamente la incendiaron de nuevo, y aquello bastó. Y ahora es cuando la hora terrible ha llegado, aquella de la que alguna vez había escuchado, en tiempo de guerra, como era el caso de otros, pero que ahora mis ojos ven. Algunos en nuestra casa luchaban por sus vidas, otros se revolcaban en su sangre, la casa incendiada sobre nuestras cabezas, y el sangriento pagano listo para golpearnos en la cabeza si salíamos afuera. Ahora es posible que escuchemos a las madres y los niños gritando por ellos mismos y por los otros: “Señor, qué debemos hacer?”
   Entonces tomé a uno de mis hijos, y una de mis hermanas tomó al suyo, y nos pusimos en marcha para abandonar la casa; pero tan pronto como llegamos a la puerta y aparecimos, los indios dispararon de tal forma que las balas repiquetearon como si alguien hubiera tomado un puñado de piedras y las hubiera lanzado contra la casa, por lo que con agrado retornamos. Teníamos seis vigorosos perros pertenecientes a nuestra guarnición, pero ninguno de ellos se movía, cuando en otras ocasiones, si algún indio hubiera llegado a la puerta, habrían estado listos para volar sobre él y derribarlo. El Señor en este acto nos haría reconocer Su mano, y ver que nuestra ayuda está siempre y únicamente en Él. Pero debemos ir afuera, con el fuego creciendo detrás, rugiendo, y los indios delante de nosotros, boquiabiertos, con sus armas, lanzas y hachas listas para aniquilarnos. Tan pronto como estuvimos fuera, mi cuñado, habiendo sido herido en la garganta mientras defendía la casa, cayó muerto, con lo cual los indios desdeñosamente gritaban y hacían reverencia. Se lanzaron sobre él, quitándole sus ropas. Con las balas volando abundantes, una me atravesó el costado, y la misma, al parecer, atravesó las entrañas y la mano de mi querida niña en mis brazos. La pierna de uno de los niños de una de mis hermanas mayores, William, se quebró, y cuando los indios lo vieron golpearon su cabeza. De esa manera fuimos destrozados por aquellos inmisericordes paganos, pasmados, con la sangre corriendo hasta nuestros talones. Mi hermana mayor, estando aun en la casa y viendo estas cosas desgraciadas, a los infieles arrastrando a las madres a un lado y a los niños al otro, y algunos revolcándose en su sangre, y con su hijo pequeño diciéndole que su hijo William estaba muerto y que yo misma estaba herida, dijo: “Oh, Señor, déjame morir con ellos”, y al terminar de decirlo una bala le acertó y cayó muerta sobre el umbral. Yo espero que ella esté cosechando la fruta de sus buenas labores, siendo fiel al servicio de Dios desde su lugar. En sus años más jóvenes ella tuvo muchos problemas acerca de las cosas del espíritu, hasta que le complació a Dios que aquella preciada escritura enraizara en su corazón: “Y me ha dicho: mi Gracia es suficiente para ti” (2 Corintios, 12.9). Más de veinte años atrás la he escuchado decir cuán dulce y confortable era para ella aquel lugar. Pero para retornar: los indios nos capturaron, empujándome hacia uno de los lados y a los niños hacia el otro, y dijeron: “Sigan con nosotros”; yo les dije que me matarían y ellos respondieron que si yo estaba dispuesta a seguirlos no me harían daño.  
  ¡Oh, qué triste vista se extendía para ser contemplada en la casa! “Vengan, contemplen los trabajos del Señor, qué desolación ha dejado en la tierra”. De treinta y siete personas que había allí, ninguno escapó a la muerte o al todavía más amargo cautiverio, salvo uno solo, quien podría bien decir: “Y solo yo escapé para contarlo” (Job, 1.15). Hubo doce muertos, algunos alcanzados por disparos, otros acuchillados por lanzas, otros golpeados por hachas. Cuando estamos en prosperidad, ¡oh!, qué poco pensamos en estas tristes vistas, en ver a nuestros queridos amigos y relaciones yacer echando la sangre de su corazón sobre el suelo. Había uno cuya cabeza había sido hundida por un hacha y su cuerpo desvestido hasta quedar desnudo, y aun así gateaba de un lado al otro. Es una vista solemne el ver tantos Cristianos yaciendo acostados sobre su sangre, algunos aquí, otros allá, como un rebaño de ovejas dividido por los lobos, todos despojados de sus ropas por un grupo de sabuesos del infierno, rugiendo, cantando, vociferando e insultando, como si fueran a quitarnos nuestros propios corazones. Sin embargo el Señor, por Su tremendo poder, preservó a algunos de la muerte, por lo que hubo veinticuatro de nosotros tomados con vida y llevados cautivos.

Antes de todo aquello yo había dicho muchas veces que si los indios venían, eligiría ser asesinada por ellos antes que ser llevada viva; pero cuando llegó la hora cambié mi pensamiento; sus armas relucientes intimidaron tanto mi espíritu que preferí seguir a aquellas, yo diría, voraces bestias, antes que terminar mis días en aquel momento. Y como lo mejor será que declare lo que me sucedió durante aquel penoso cautiverio, hablaré de las diversas mudanzas que tuvimos de aquí para allá en tierra salvaje.