sábado, 30 de abril de 2016

LA VENTA DE LOS HESSIANOS


AUTOR: Benjamin Franklin
Campesino hessiano siendo reclutado frente a su familia

TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: mientras servía como delegado de las colonias americanas en París, Franklin escribió una de sus más efectivas sátiras. Usando la forma de una carta privada entre dos nobles alemanes imaginarios y con el objetivo de ridiculizar a los británicos por la contratación de mercenarios hessianos (provenientes de Hesse, Alemania) para combatir a los revolucionarios americanos, fue publicada por primera vez en 1778.



Del Conde de Schaumbergh al Barón de Hohendorf, comandante de las tropas hessianas en América.

Roma 18 de febrero de 1777
Señor Barón:
A mi retorno de Nápoles recibí en Roma su carta del 27 de diciembre del año pasado. He sabido, con indecible placer, del coraje que nuestras tropas exhibieron en Trenton y usted no puede imaginar mi alegría cuando me ha dicho que de los 1950 hessianos involucrados en la lucha, solamente 345 escaparon. Hubo solamente 1605 hombres muertos, y no puedo dejar de encomendarle suficientemente a su prudencia para que me envíe una lista exacta de los muertos a mi delegado en Londres. Esta precaución es de lo más necesaria ya que el recuento enviado al ministerio inglés no admite más que 1455 muertos. Esto haría un total de 483.450 florines en vez de los 643.500 a los que tengo derecho a demandar según nuestro acuerdo. Usted comprenderá el perjuicio que tal error causaría en mis finanzas y no dudo de que hará los esfuerzos necesarios para probar que la lista de Lord North es falsa y la suya es la correcta.
La corte de Londres objeta que hubo unos 100 heridos que no deberían ser incluidos en la lista ni debería por ellos pagarse como muertos; pero yo confío en que usted no soslayará mis instrucciones a la salida de Cassel, y que no habrá tratado, por alguna cuestión de socorro humanitario, de rescatar la vida de algunos infortunados cuyos días no podían ser alargados sino con la pérdida de una pierna o de un brazo. Eso sería hacerles un pernicioso regalo y estoy seguro de que ellos preferirían morir antes que vivir en una condición que no les permitiera en adelante ser útiles a mi servicio. No quiero decir con esto que usted deba asesinarlos; deberíamos ser humanos, mi querido Barón, pero usted puede insinuarle a los cirujanos, con total propiedad, que un hombre inválido es un reproche para su profesión, y que no hay camino más inteligente que dejar a cada uno de ellos morir cuando deja de ser bueno para la lucha.
 Estoy por enviarle algunos nuevos reclutas. No los economice. Recuerde la gloria antes que todas las cosas. La gloria es la verdadera riqueza. No hay nada que degrade más a un soldado que el amor al dinero. Él debe solamente cuidar el honor y la reputación, pero esa reputación debe ser adquirida en medio del peligro. Una batalla ganada sin que le cueste el conquistador nada de sangre es un suceso sin gloria, mientras que los conquistados se cubren a sí mismos con gloria al morir con sus armas en sus manos. ¿Recuerda usted aquello de los trescientos lacedemonios que defendieron el desfiladero de las Termópilas y de los cuales ninguno retornó? ¡Cuán feliz sería yo si pudiera decir lo mismo de mis bravos hessianos! Es cierto que su rey Leónidas murió con ellos, pero las cosas han cambiado y no es más una costumbre que los príncipes de un imperio vayan y peleen en América por una causa en la cual no tienen ningún tipo de interés. Y además, ¿a quién le pagarían esas treinta guineas por hombre si yo no estuviera en Europa para recibirlas?

De la misma manera, es necesario también que yo esté presto a enviarle a usted reclutas para reemplazar a los hombres que usted pierde. Para este propósito debo retornar a Hesse. Es verdad que los hombres adultos están comenzando a escasear, así que le enviaré algunos muchachos. Además, a más escasa la materia prima, más alto el precio. Estoy seguro de que las mujeres y niñas pequeñas han empezado a cultivar nuestras tierras y no lo hacen de mala manera.
Usted hizo bien al enviar de regreso a Europa al doctor Crumerus, que fue tan exitoso curando la disentería. No se moleste con un hombre que está sujeto a la pérdida de su intestino grueso. Esa enfermedad hace malos soldados. Un cobarde causará más daño en una batalla que lo que podrían causar diez hombres valientes. Mejor es que ardan en sus barracas antes de que vuelen a la batalla y desluzcan la gloria de nuestras armas. Además, usted ya sabe que me pagan como muertos en combate por aquellos que fallecen de enfermedad, y que no recibo ni siquiera un cuarto de penique por los que huyen. 
  Mi viaje a Italia, el cual me ha costado enormemente, hace deseable que haya una gran mortandad entre los nuestros. Por lo tanto, usted prometerá promociones a todos los que se expongan en demasía; les exhortará a buscar la gloria en medio de los peligros; además le dirá al mayor Maundorff que no estoy contento con su rescate de 345 hombres que escaparon a la masacre de Trenton. A lo largo de toda la campaña él no ha tenido siquiera 10 hombres que hayan muerto como consecuencia de sus órdenes.
Finalmente, que sea su principal objetivo el prolongar la guerra y el evitar una batalla decisiva para cualquiera de los dos bandos, porque he hecho arreglos para una gran ópera italiana y no deseo ser obligado a cancelarla. Mientras tanto le ruego a Dios, mi querido Barón de Hohendorf, que lo tenga a usted en su Sagrado cuidado pleno de Gracia.