sábado, 7 de mayo de 2016

QUÉ ES UN AMERICANO (fragmento de CARTAS DE UN GRANJERO AMERICANO)


AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de
Crèvecoeur)

TRADUCTOR: Pedro Peña

  N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) fue un noble de baja jerarquía que durante algunos años vivió en las colonias francesas e inglesas en Norteamérica. Llegó allí después de haber completado sus estudios en Inglaterra. En Canadá se enlistó en la Milicia Colonial Francesa con grado de oficial. Fue tomado prisionero tras la derrota de las tropas francesas en Quebec. Luego de su liberación se trasladó a New York, desde donde viajó a lo largo y ancho de las colonias inglesas como comeciante. En 1769 compró tierras al noreste de New York y se asentó como granjero. Al tiempo comenzó a escribir ensayos y crónicas sobre su experiencia en aquella nueva América cuya identidad se estaba forjando en conflictos permanentes entre las coronas, los nativos y los colonos independentistas.
   Cuando estaba próxima a estallar la guerra de independencia, Crèvecoeur, simpatizante británico (como queda claro en sus escritos), decidió regresar a Francia. Allí descubrió que sus escritos eran muy bien recibidos. En 1782 vio la luz en Inglaterra su libro Letters from an american farmer, que adquirió fama rápidamente. Se trataba de una exaltación modélica de la nueva nación en ciernes.
   Luego de varios viajes, incluido un regreso en 1787 como cónsul a lo que ahora se había convertido en los EEUU, Crèvecoeur pasó sus últimos años en Normandía como un escritor noble y olvidado que escribía sobre cosas que ya no interesaban, en medio de los conflictos europeos dominados por la figura de Napoleón.


Carta III: QUÉ ES UN AMERICANO (fragmento)

En este gran asilo americano los pobres de Europa se han de alguna manera reunido como consecuencia de varias causas. ¿A qué propósito deberían preguntarse unos a otros a qué país pertenecen? ¡Alas!, dos tercios de ellos no tenían país. ¿Puede un desdichado, que vagabundea de aquí para allá, que trabaja y a la vez muere de hambre, cuya vida es una continua escena de dolorosa aflicción y de punzante penuria, puede, ese hombre, decir que Inglaterra o algún otro de los reinos del mundo es su país? ¿Un país que no tenía pan para él, cuyos campos nunca le procuraron cosecha alguna, que lo único que le ofreció fue el ceño fruncido de los ricos, la severidad de sus leyes, las cárceles y los castigos; en el que no era dueño siquiera de un solo pie sobre la extensa superficie de este planeta? ¡No! Urgido por una variedad de motivos, aquí vinieron. Todo se ha dispuesto para regenerarlos: nuevas leyes, una nueva forma de vida, un nuevo sistema social. Aquí se han vuelto hombres. En Europa eran como esas plantas inútiles: esperando el abono y el riego fresco, se marchitaron y fueron masacradas por la escasez, el hambre y la guerra. Pero ahora, por el hecho de haber sido trasplantadas, como cualquier otra planta, han echado raíz y florecido. Anteriormente no figuraban en ninguna lista civil de su país excepto en la de los pobres. Aquí son considerados como ciudadanos. ¿Por qué invisible poder ha ocurrido esta sorprendente metamorfosis? Por el poder de las leyes y el de su industria. Las leyes, las indulgentes leyes, los protegen cuando llegan estampando sobre ellos la marca de la adopción; reciben amplia recompensa por sus trabajos; estas recompensas acumuladas les procuran tierras; esas tierras les confieren el título de hombres libres, y, sujeto a ese título, cualquier beneficio que el hombre pueda requerir. Esa es la gran operación que diariamente realizan nuestras leyes. ¿De dónde proceden estas leyes? De nuestro gobierno. ¿Y de dónde nuestro gobierno? Éste se deriva del genio original y del fuerte deseo del pueblo ratificado y confirmado por la Corona. Esa es la gran cadena que nos une a todos.
¿Qué atadura puede un pobre emigrante europeo tener por un país donde nunca tuvo nada? El conocimiento del lenguaje, el amor por unos pocos parientes tan pobres como el mismo, eran los únicos hilos que lo ataban. Su país es ahora aquel que le da tierra, pan, protección e importancia. Ubi panis idi patrias es el motor de todos los emigrantes. ¿Qué es entonces el americano, este nuevo hombre? Es un europeo, o el descendiente de un europeo, de tal forma que tan extraña mezcla de sangre no se encuentra en otro país. Yo podría señalarles a ustedes una familia cuyo abuelo era un inglés, su esposa una holandesa, cuyo hijo se casó con una mujer francesa, cuyos descendientes tienen ahora cuatro esposas de diferentes naciones. Él es un americano, quien dejando detrás de sí sus antiguos prejuicios y sus antiguas costumbres, recibe otras nuevas provenientes de la nueva forma de vida que ha abrazado, un nuevo gobierno al que obedece, y el nuevo estatus que ahora sostiene. Él se convierte en americano al ser recibido en el amplio regazo de nuestra gran Alma Mater. Aquí individuos de todas las naciones se mezclan en una nueva raza  cuyos trabajos y posteridad un día causarán grandes cambios en el mundo.
Los Americanos estuvieron una vez dispersos por toda Europa. Aquí están incorporados dentro de uno de los más afinados sistemas de población que ha existido alguna vez y que en adelante los distinguirá a causa de los diferentes climas en los que habitan. El americano debería entonces amar este país mucho más que aquel en el que sus padres nacieron. Aquí las recompensas de su trabajo industrioso siguen con igual paso el progreso de su labor; su labor está fundada en la base de la naturaleza, el interés propio. ¿Puede desearse un mayor estímulo? Esposas y niños, quienes antes en vano demandaban de él un bocado de pan, ahora rollizos y vivaces, de forma agradecida, ayudan a su padre a limpiar aquellos campos en los que los cultivos exuberantes crecerán para alimentarlos y vestirlos a todos, sin que ninguna parte sea reclamada por príncipes despóticos, abates ricos o poderosos señores. Aquí la religión demanda poco de él: un pequeño salario voluntario al ministro y la gratitud a Dios. ¿Puede rehusarse a esto?
El Americano es un hombre nuevo que actúa bajo nuevos principios. Debe por eso generar nuevas ideas y formar nuevas opiniones. Del ocio involuntario, la servil dependencia, las penurias y la labor inútil, ha pasado a un trabajo arduo de una naturaleza muy diferente, recompensado por una abundante subsistencia. Esto es un americano.


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