TRADUCTOR: Pedro
Peña
N.
del T.: mientras servía como delegado de las colonias americanas en
París, Franklin escribió una de sus más efectivas sátiras. Usando
la forma de una carta privada entre dos nobles alemanes imaginarios y
con el objetivo de ridiculizar a los británicos por la contratación
de mercenarios hessianos (provenientes de Hesse, Alemania) para
combatir a los revolucionarios americanos, fue publicada por primera
vez en 1778.
Del Conde de
Schaumbergh al Barón de Hohendorf, comandante de las tropas
hessianas en América.
Roma 18 de
febrero de 1777
Señor Barón:
A
mi retorno de Nápoles recibí en Roma su carta del 27 de diciembre
del año pasado. He sabido, con indecible placer, del coraje que
nuestras tropas exhibieron en Trenton y usted no puede imaginar mi
alegría cuando me ha dicho que de los 1950 hessianos involucrados en
la lucha, solamente 345 escaparon. Hubo solamente 1605 hombres
muertos, y no puedo dejar de encomendarle suficientemente a su
prudencia para que me envíe una lista exacta de los muertos a mi
delegado en Londres. Esta precaución es de lo más necesaria ya que
el recuento enviado al ministerio inglés no admite más que 1455
muertos. Esto haría un total de 483.450 florines en vez de los
643.500 a los que tengo derecho a demandar según nuestro acuerdo.
Usted comprenderá el perjuicio que tal error causaría en mis
finanzas y no dudo de que hará los esfuerzos necesarios para probar
que la lista de Lord North es falsa y la suya es la correcta.
La corte de Londres
objeta que hubo unos 100 heridos que no deberían ser incluidos en la
lista ni debería por ellos pagarse como muertos; pero yo confío en
que usted no soslayará mis instrucciones a la salida de Cassel, y
que no habrá tratado, por alguna cuestión de socorro humanitario,
de rescatar la vida de algunos infortunados cuyos días no podían
ser alargados sino con la pérdida de una pierna o de un brazo. Eso
sería hacerles un pernicioso regalo y estoy seguro de que ellos
preferirían morir antes que vivir en una condición que no les
permitiera en adelante ser útiles a mi servicio. No quiero decir con
esto que usted deba asesinarlos; deberíamos ser humanos, mi querido
Barón, pero usted puede insinuarle a los cirujanos, con total
propiedad, que un hombre inválido es un reproche para su profesión,
y que no hay camino más inteligente que dejar a cada uno de ellos
morir cuando deja de ser bueno para la lucha.
Estoy por enviarle
algunos nuevos reclutas. No los economice. Recuerde la gloria antes
que todas las cosas. La gloria es la verdadera riqueza. No hay nada
que degrade más a un soldado que el amor al dinero. Él debe
solamente cuidar el honor y la reputación, pero esa reputación debe
ser adquirida en medio del peligro. Una batalla ganada sin que le
cueste el conquistador nada de sangre es un suceso sin gloria,
mientras que los conquistados se cubren a sí mismos con gloria al
morir con sus armas en sus manos. ¿Recuerda usted aquello de los
trescientos lacedemonios que defendieron el desfiladero de las
Termópilas y de los cuales ninguno retornó? ¡Cuán feliz sería yo
si pudiera decir lo mismo de mis bravos hessianos! Es cierto que su
rey Leónidas murió con ellos, pero las cosas han cambiado y no es
más una costumbre que los príncipes de un imperio vayan y peleen en
América por una causa en la cual no tienen ningún tipo de interés.
Y además, ¿a quién le pagarían esas treinta guineas por hombre si
yo no estuviera en Europa para recibirlas?
De la misma manera,
es necesario también que yo esté presto a enviarle a usted reclutas
para reemplazar a los hombres que usted pierde. Para este propósito
debo retornar a Hesse. Es verdad que los hombres adultos están
comenzando a escasear, así que le enviaré algunos muchachos.
Además, a más escasa la materia prima, más alto el precio. Estoy
seguro de que las mujeres y niñas pequeñas han empezado a cultivar
nuestras tierras y no lo hacen de mala manera.
Usted hizo bien al
enviar de regreso a Europa al doctor Crumerus, que fue tan exitoso
curando la disentería. No se moleste con un hombre que está sujeto
a la pérdida de su intestino grueso. Esa enfermedad hace malos
soldados. Un cobarde causará más daño en una batalla que lo que
podrían causar diez hombres valientes. Mejor es que ardan en sus
barracas antes de que vuelen a la batalla y desluzcan la gloria de
nuestras armas. Además, usted ya sabe que me pagan como muertos en
combate por aquellos que fallecen de enfermedad, y que no recibo ni
siquiera un cuarto de penique por los que huyen.
Mi viaje a Italia,
el cual me ha costado enormemente, hace deseable que haya una gran
mortandad entre los nuestros. Por lo tanto, usted prometerá
promociones a todos los que se expongan en demasía; les exhortará a
buscar la gloria en medio de los peligros; además le dirá al mayor
Maundorff que no estoy contento con su rescate de 345 hombres que
escaparon a la masacre de Trenton. A lo largo de toda la campaña él
no ha tenido siquiera 10 hombres que hayan muerto como consecuencia
de sus órdenes.
Finalmente, que sea
su principal objetivo el prolongar la guerra y el evitar una batalla
decisiva para cualquiera de los dos bandos, porque he hecho arreglos
para una gran ópera italiana y no deseo ser obligado a cancelarla.
Mientras tanto le ruego a Dios, mi querido Barón de Hohendorf, que
lo tenga a usted en su Sagrado cuidado pleno de Gracia.
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