AUTOR:
Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J.
Hector St. John de Crèvecoeur)
TRADUCTOR: Pedro
Peña
N.
del T.: en textos anteriores de Crèvecoeur (1735-1813) hemos visto
su admiración por el nuevo continente y sus habitantes, así como su
rechazo a la práctica de la esclavitud en las colonias inglesas de
lo que luego serían los EEUU. En esta ocasión, el texto traducido
tiene que ver con la posibilidad de convivencia de distintos credos
religiosos, que el autor anunciaba como posible en el nuevo
continente. Un texto para ser leído en la actual coyuntura y, tal
vez, esbozar una sonrisa. Una sonrisa irónica. Tal vez trágica.
Así como me he
esforzado para mostrarles cómo los Europeos1
se vuelven Americanos, no sería inadecuado que les mostrara
igualmente cómo las varias sectas cristianas introducidas se
desgastan, y cómo la indiferencia religiosa se vuelve prevalente.
Cuando un número considerable de integrantes de una secta particular
vive junto a otros, inmediatamente erigen un templo y allí adoran a
la Divinidad de acuerdo a sus propias y peculiares ideas. Nadie los
molesta. Si alguna nueva secta surge en Europa, podría suceder que
muchos de sus profesores vinieran y se establecieran en América.
Como traen su fervor con ellos, están en libertad de conseguir
prosélitos, si pueden, y de fundar una congregación, y seguir los
dictados de sus conciencias, porque ni el gobierno ni ningún otro
poder interfiere. Si son sujetos pacíficos e industriosos, ¿qué
puede importarles a sus vecinos cómo y de qué manera piensan
dirigir sus plegarias hacia el Ser Supremo? Pero si los miembros de
la secta no se establecen juntos ni cerca, si están mezclados con
otras denominaciones, su fervor se enfriará y se extinguirá en poco
tiempo. Entonces los Americanos se vuelven, para la religión, lo que
ya son para el país: afines a todos. El nombre de Inglés, Francés
o Europeo, en ellos, está perdido; y de igual manera, los estrictos
modos de la Cristianidad tal como se practica en Europa, también
están perdidos. Este efecto se extenderá aun más desde ahora en
adelante, y aunque pueda parecerles una idea extraña, aun así es
muy verdadera. Quizás pueda en lo próximo explicarme mejor;
mientras tanto, dejemos que el siguiente ejemplo sirva como mi
primera justificación.
Supongamos que usted
y yo estamos viajando; observamos que en esta casa, a la derecha,
vive un Católico que reza a Dios como le ha sido enseñado y cree en
la transustanciación; trabaja y cultiva el trigo, tiene una extensa
familia de niños, todos sanos y robustos; su creencia, sus
oraciones, no ofenden a nadie. A tal vez una milla de distancia, por
el mismo camino, su vecino más próximo podría ser un honesto y
esforzado Alemán Luterano que se dirige hacia el mismo Dios, el Dios
de todos, de acuerdo a los modos en los que ha sido educado, y cree
en la consustanciación, y haciendo esto no escandaliza a nadie;
también trabaja en sus campos, embellece la tierra, limpia las
ciénagas, etc. ¿Qué tiene que ver el mundo con sus principios
Luteranos? Él no persigue a nadie, y nadie lo persigue. Visita a sus
vecinos, y sus vecinos lo visitan. Cerca de él vive un secesionista,
el más entusiasta de todos. Su fervor es ardiente e intenso, pero
como está separado de otros de su misma naturaleza, no tiene una
congregación propia a la que remitirse y en la que podría complotar
y mezclar el fervor y el orgullo religioso con la obstinación
mundana. Él, en cambio, consigue buenas cosechas, su casa está
pintada bellamente, su huerto de frutales es uno de los más hermosos
del vecindario. ¿Cómo es que conciernen al bien del país o de la
provincia, los sentimientos religiosos de este hombre, si es que
realmente tiene algunos? Es un buen granjero, sobrio, pacífico, un
buen ciudadano. El mismo William Penn2
no desearía más que esto. Este es su carácter visible; lo
invisible sólo puede adivinarse y no es del interés de nadie...
Cada una de estas personas instruye a sus hijos tan bien como puede,
pero esta instrucción es débil comparada a aquella que se les da a
los jóvenes de las clases más pobres en Europa. Sus hijos,
entonces, crecerán menos fervorosos y más indiferentes en materia
de religión que sus padres. La tonta vanidad, e incluso la
virulencia por hacer prosélitos, es desconocida aquí; no tienen
tiempo para ella porque las estaciones reclaman toda su atención, y
de esa manera, en unos pocos años, este vecindario variado exhibirá
una extraña mezcla religiosa que no será puramente ni Catolicismo
ni Calvinismo. De esta manera todas las creencias estarán mezcladas,
al igual que todas las naciones; y así la indiferencia religiosa es
imperceptiblemente diseminada desde un extremo del continente al
otro, siendo al presente una de las características más fuertes de
los Americanos. Nadie puede predecir
adónde conducirá esto. Tal vez
quede un vacío que permita recibir otros sistemas. La persecución,
el orgullo religioso, el amor por la contradicción, son el alimento
de lo que el mundo comúnmente llama religión. Estos móviles han
cesado aquí. El fervor en Europa está confinado. Aquí se evapora
en la gran distancia que tiene que viajar. Allí es un grano de
pólvora encerrado3;
aquí se quema en el aire abierto y se consume sin efecto.
1Se
respeta el uso de mayúsculas de acuerdo al texto original.
2Cuáquero
inglés fundador de Pennsylvania.