AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur
TRADUCTOR: Pedro Peña
N. del T.: Las palabras de Crèvecoeur
lo muestran como un hombre situado en su contexto. Y su contexto era el de
finales del Siglo XVIII en Norteamérica, en pleno proceso de colonización y
comercio, y en el inicio de las hostilidades entre las colonias e Inglaterra,
que llevarían pocos años después a la creación de los EEUU. La idea de que los hombres
que habitan un lugar determinado son reflejo de las características de ese
lugar no es nueva para aquella época, pero Crèvecoeur la expresa con mucha
belleza. Belleza que esperemos se pierda lo menos posible en esta traducción.
Los hombres son como las plantas: la bondad y el sabor de las frutas
proceden de las peculiaridades del suelo y de la exposición en la cual crecen. No
somos otra cosa que lo que extraemos del aire que respiramos, del clima en el que
habitamos, del gobierno que obedecemos, del sistema religioso que profesamos y
de la naturaleza de nuestra ocupación. Aquí no
se encontrará sino unos pocos crímenes que hayan enraizado entre nosotros. Desearía
poder ser capaz de plantear todas mis ideas. Si mi ignorancia no me permite
describirlas apropiadamente, sí tengo la esperanza de que pueda al menos delinearlas
en unos pocos trazos, que es todo lo que me propongo.
Aquellos que viven cerca del mar se alimentan más de pescado que de
carne, y a menudo encuentran esto último escandaloso. Esto los vuelve más atrevidos y emprendedores; los hace renegar de
las confinadas ocupaciones de la tierra. Ven y conversan con una gran variedad
de gente. Su intercambio con la humanidad se vuelve extensivo. El mar les
inspira un amor por el tráfico, el deseo de transportar productos de un lugar a
otro, y los conduce a una variedad de recursos que suplen el lugar del trabajo.
Aquellos que habitan los asentamientos centrales, por lejos los más
numerosos, deben ser muy distintos. El mero cultivo de la tierra los purifica,
pero las indulgencias del gobierno, los suaves reproches de la religión, el
rango de propietarios absolutos e independientes, deben necesariamente
inspirarles con sentimientos muy pocos conocidos en Europa entre gente de la
misma clase. ¿Qué estoy diciendo? Europa no tiene esta clase de hombres. El
temprano conocimiento que adquieren, los tratos tempranos que hacen, les dan un
alto grado de sagacidad. Como hombres libres serán dados a los litigios; el
orgullo y la obstinación son a menudo la causa de las demandas legales; la
naturaleza de nuestras leyes y gobiernos puede ser otra. Como ciudadanos es
fácil imaginar que leerán los periódicos cuidadosamente, intervendrán en cada
disquisición política, criticarán y censurarán libremente a los gobernantes y a
los otros. Como granjeros serán cuidadosos y ansiosos de conseguir todo lo que
puedan, porque lo que consigan les pertenecerá. Como hombres del Norte, amarán la
alegría de la copa. Como cristianos, la religión no refrenará sus opiniones. La
indulgencia general dejará a cada uno que piense por sí mismo en materia
espiritual. Las leyes rigen nuestras acciones; nuestros pensamientos son
dejados a Dios. El trabajo, el buen vivir, el egoísmo, los litigios, las ideas políticas
del país, el orgullo de ser hombres libres, la indiferencia religiosa, son sus
características.
Si uno se aleja aun más del mar, llegará a los asentamientos más
recientes. Estos exhiben los mismos fuertes lineamientos, con una apariencia
más ruda. La religión parece tener aun menos influencia y las costumbres son incluso
peores.
Ahora llegamos a la proximidad de los grandes bosques, cerca de los
últimos distritos habitados; allí los hombres parecen haberse establecido aun
más lejos del alcance de los gobiernos, lo que en cierta medida los deja a su
propio albedrío. Y como fueron conducidos por la mala fortuna, la necesidad de
un nuevo comienzo, el deseo de adquirir grandes extensiones de tierra, el ocio,
la frecuente necesidad económica, las antiguas deudas, la reunión de esta gente
no reporta un espectáculo muy placentero. Cuando la discordia, la falta de
unidad y camaradería, cuando tanto la ebriedad como el ocio prevalecen en tan
remotos parajes, la contienda, la
inactividad y las desgracias tienen lugar. Y no existen los mismos remedios
para estos males que en una comunidad establecida de hace tiempo. Los pocos
magistrados que tienen son en general solo un poco mejor que el resto. Estos
hombres viven en un estado de guerra perfecto: el del hombre contra el hombre,
a veces decidido por golpes, a veces por medio de la ley, o el del hombre
contra los habitantes de estos venerables bosques, a los cuales han venido a
expoliar.
Así los hombres parecen no ser mejores que animales carnívoros de rango
superior, viviendo de la carne de los animales salvajes cuando pueden
capturarlos, y cuando no pueden, subsistiendo de cereales. Aquel que desee ver
América a la luz apropiada y tener una verdadera idea de sus débiles comienzos
y sus bárbaros rudimentos, debe visitar nuestra extendida línea de frontera, donde
los últimos colonos viven y donde podrá ver las primeras labores de
asentamiento, la forma de remover la tierra, y, en todos sus diferentes modos,
el lugar donde los hombres son abandonados totalmente a sus temperamentos de
nacimiento y a la espuela del trabajo incierto, el cual a menudo falla cuando
no está santificado por la eficacia de unas pocas reglas morales. Allí, muy
lejos del poder del ejemplo y del control del recato, muchas familias exhiben los
más horribles aspectos de nuestra sociedad. Son como una triste esperanza precediendo
por diez o doce años a la más decente
hueste de veteranos que vendrá después de ellos. En aquel ínterin la
prosperidad habrá pulido a algunos, el vicio y la ley se llevarán al resto, los
cuales, unidos otra vez con otros como ellos, irán aun más lejos dejando
espacio para la gente más industriosa, que acelerará sus mejoras, convertirá la
casa de troncos en una morada conveniente, y, regocijándose de que las primeras
labores han sido terminadas, cambiará en unos pocos años aquella hasta el
momento salvaje región en un hermoso, fértil y bien regulado distrito. Así es
nuestro progreso. Así es la marcha de los europeos hacia las partes interiores
de este continente.