sábado, 22 de julio de 2017

LOS HOMBRES Y LA NATURALEZA

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur
TRADUCTOR: Pedro Peña


N. del T.: Las palabras de Crèvecoeur lo muestran como un hombre situado en su contexto. Y su contexto era el de finales del Siglo XVIII en Norteamérica, en pleno proceso de colonización y comercio, y en el inicio de las hostilidades entre las colonias e Inglaterra, que llevarían pocos años después a la creación de los EEUU. La idea de que los hombres que habitan un lugar determinado son reflejo de las características de ese lugar no es nueva para aquella época, pero Crèvecoeur la expresa con mucha belleza. Belleza que esperemos se pierda lo menos posible en esta traducción.

  Los hombres son como las plantas: la bondad y el sabor de las frutas proceden de las peculiaridades del suelo y de la exposición en la cual crecen. No somos otra cosa que lo que extraemos del aire que respiramos, del clima en el que habitamos, del gobierno que obedecemos, del sistema religioso que profesamos y de la naturaleza de nuestra ocupación.  Aquí  no se encontrará sino unos pocos crímenes que hayan enraizado entre nosotros. Desearía poder ser capaz de plantear todas mis ideas. Si mi ignorancia no me permite describirlas apropiadamente, sí tengo la esperanza de que pueda al menos delinearlas en unos pocos trazos, que es todo lo que me propongo.
  Aquellos que viven cerca del mar se alimentan más de pescado que de carne, y a menudo encuentran  esto último escandaloso. Esto los vuelve más atrevidos y emprendedores; los hace renegar de las confinadas ocupaciones de la tierra. Ven y conversan con una gran variedad de gente. Su intercambio con la humanidad se vuelve extensivo. El mar les inspira un amor por el tráfico, el deseo de transportar productos de un lugar a otro, y los conduce a una variedad de recursos que suplen el lugar del trabajo.  
  Aquellos que habitan los asentamientos centrales, por lejos los más numerosos, deben ser muy distintos. El mero cultivo de la tierra los purifica, pero las indulgencias del gobierno, los suaves reproches de la religión, el rango de propietarios absolutos e independientes, deben necesariamente inspirarles con sentimientos muy pocos conocidos en Europa entre gente de la misma clase. ¿Qué estoy diciendo? Europa no tiene esta clase de hombres. El temprano conocimiento que adquieren, los tratos tempranos que hacen, les dan un alto grado de sagacidad. Como hombres libres serán dados a los litigios; el orgullo y la obstinación son a menudo la causa de las demandas legales; la naturaleza de nuestras leyes y gobiernos puede ser otra. Como ciudadanos es fácil imaginar que leerán los periódicos cuidadosamente, intervendrán en cada disquisición política, criticarán y censurarán libremente a los gobernantes y a los otros. Como granjeros serán cuidadosos y ansiosos de conseguir todo lo que puedan, porque lo que consigan les pertenecerá. Como hombres del Norte, amarán la alegría de la copa. Como cristianos, la religión no refrenará sus opiniones. La indulgencia general dejará a cada uno que piense por sí mismo en materia espiritual. Las leyes rigen nuestras acciones; nuestros pensamientos son dejados a Dios. El trabajo, el buen vivir, el egoísmo, los litigios, las ideas políticas del país, el orgullo de ser hombres libres, la indiferencia religiosa, son sus características.
  Si uno se aleja aun más del mar, llegará a los asentamientos más recientes. Estos exhiben los mismos fuertes lineamientos, con una apariencia más ruda. La religión parece tener aun menos influencia y las costumbres son incluso peores.
  Ahora llegamos a la proximidad de los grandes bosques, cerca de los últimos distritos habitados; allí los hombres parecen haberse establecido aun más lejos del alcance de los gobiernos, lo que en cierta medida los deja a su propio albedrío. Y como fueron conducidos por la mala fortuna, la necesidad de un nuevo comienzo, el deseo de adquirir grandes extensiones de tierra, el ocio, la frecuente necesidad económica, las antiguas deudas, la reunión de esta gente no reporta un espectáculo muy placentero. Cuando la discordia, la falta de unidad y camaradería, cuando tanto la ebriedad como el ocio prevalecen en tan remotos parajes,  la contienda, la inactividad y las desgracias tienen lugar. Y no existen los mismos remedios para estos males que en una comunidad establecida de hace tiempo. Los pocos magistrados que tienen son en general solo un poco mejor que el resto. Estos hombres viven en un estado de guerra perfecto: el del hombre contra el hombre, a veces decidido por golpes, a veces por medio de la ley, o el del hombre contra los habitantes de estos venerables bosques, a los cuales han venido a expoliar.
  Así los hombres parecen no ser mejores que animales carnívoros de rango superior, viviendo de la carne de los animales salvajes cuando pueden capturarlos, y cuando no pueden, subsistiendo de cereales. Aquel que desee ver América a la luz apropiada y tener una verdadera idea de sus débiles comienzos y sus bárbaros rudimentos, debe visitar nuestra extendida línea de frontera, donde los últimos colonos viven y donde podrá ver las primeras labores de asentamiento, la forma de remover la tierra, y, en todos sus diferentes modos, el lugar donde los hombres son abandonados totalmente a sus temperamentos de nacimiento y a la espuela del trabajo incierto, el cual a menudo falla cuando no está santificado por la eficacia de unas pocas reglas morales. Allí, muy lejos del poder del ejemplo y del control del recato, muchas familias exhiben los más horribles aspectos de nuestra sociedad. Son como una triste esperanza precediendo por  diez o doce años a la más decente hueste de veteranos que vendrá después de ellos. En aquel ínterin la prosperidad habrá pulido a algunos, el vicio y la ley se llevarán al resto, los cuales, unidos otra vez con otros como ellos, irán aun más lejos dejando espacio para la gente más industriosa, que acelerará sus mejoras, convertirá la casa de troncos en una morada conveniente, y, regocijándose de que las primeras labores han sido terminadas, cambiará en unos pocos años aquella hasta el momento salvaje región en un hermoso, fértil y bien regulado distrito. Así es nuestro progreso. Así es la marcha de los europeos hacia las partes interiores de este continente.

sábado, 15 de julio de 2017

LOS CAZADORES Y LOS BOSQUES

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur 
TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) es uno de los autores más traducidos en este blog. Nacido en la nobleza, durante algunos años vivió en las colonias francesas e inglesas en Norteamérica, actuales Canadá y EEUU. Fue miliciano francés con grado de oficial, prisionero de guerra, comerciante, colono, diplomático y un largo etcétera. En 1782 publicó su obra principal: Letters from an american farmer, que adquirió popularidad rápidamente. De ella hemos extraído los distintos textos que presentamos a ustedes. 
Boy Hunting - L. G. White


  Volvamos a ocuparnos de nuestro colonos de la periferia. Debo decirles que hay algo en la proximidad de los bosques que es muy singular. Lo es para los hombres así como para las plantas y los animales que crecen y viven en los bosques; estos son totalmente diferentes de aquellos que viven en las planicies. Les diré lo que pienso al respecto con sinceridad, pero no deben esperar que adelante razón alguna. Al vivir cerca o en los bosques, sus acciones son reguladas por lo salvaje del vecindario. Los venados a menudo vienen a comer sus granos, los lobos a destruir sus majadas, los osos a matar sus cerdos y los coyotes a llevarse sus aves de corral. Esta hostilidad circundante inmediatamente les pone un arma en sus manos; entonces vigilan a estos animales; matan algunos y así, defendiendo su propiedad, pronto se vuelven cazadores declarados. Así es el desarrollo de las cosas: una vez cazadores, adiós al arado. La cacería los vuelve feroces, sombríos e insaciables. Un cazador no quiere ningún vecino cerca. Al contrario, los desprecia porque teme a la competencia. En poco tiempo su éxito en los bosques los hace negligentes con sus cultivos. Confían en la fecundidad natural de la tierra y por eso hacen poco. El descuido en los cercos a menudo expone lo poco que siembran a la destrucción. No están en sus hogares para vigilar; para compensar estas deficiencias salen cada vez más a menudo a los bosques. Este nuevo modo de vida trae consigo nuevos modales que no podría describir fácilmente. Estas nuevas costumbres, al ser injertadas en las viejas, producen una clase extraña de ilícita prodigalidad cuyas impresiones son imborrables. Las costumbres de los indios nativos son decentes comparadas con esta mezcla de los europeos. Sus esposas y niños viven en la pereza y la inactividad, y no teniendo un propósito acorde, ustedes mismos pueden juzgar la clase de educación que reciben. Sus tiernas mentes no tienen otra cosa para contemplar que el ejemplo de sus padres; como ellos, crecen como una cría mestiza, mitad civilizada, mitad salvaje, a no ser que la naturaleza les estampe alguna inclinación en su constitución personal. Aquel fértil, aquel agradable sentimiento que los impactaba de forma tan fuerte, se ha ido.  La posesión de la tierra ya no les ofrece el mismo placer y orgullo. A todas estas razones ustedes deben agregar su situación de soledad, ¡y no pueden imaginar el efecto en las costumbres de las grandes distancias que los separan unos de otros! 
  Consideren a primera vista alguno de los últimos asentamientos: ¿de qué se componen? De europeos que no tienen el suficiente conocimiento que deberían tener para prosperar; gente que de pronto ha pasado de la opresión, del terror al gobierno, del temor a las leyes, hacia la ilimitada libertad de los bosques. Este cambio brusco debe tener un enorme efecto en la mayoría de los hombres; en particular en aquella clase de hombres. Comer carne salvaje, sin importar lo que piensen, tiende a alterar sus temperamentos. Aun así, toda la prueba que puedo aducir es simplemente que lo he visto; y al no tener lugar de culto al que acudir como alivio, hasta este mínimo atisbo de sociedad les es negado. Los encuentros de los domingos, de exclusivo beneficio religioso, eran los únicos vínculos sociales que podrían haberles inspirado algún grado de emulación de la pulcritud y el aseo. ¿Es entonces sorprendente ver hombres así, inmersos en grandes y pesadas tareas, degenerarse un poco? Es por cierto una maravilla que el efecto no sea aun más difundido. Los moravianos y los cuáqueros son los únicos ejemplos de excepción de lo que he planteado. Los primeros nunca colonizan en solitario; es toda una colonia de su sociedad la que emigra. Llevan con ellos sus costumbres, cultos, reglas y decencia. Los segundos nunca comienzan tan duro; siempre pueden comprar tierras mejoradas, en las cuales hay una gran ventaja porque para la época en que las compran el lugar ya ha sido recuperado de su primera barbarie. De esta manera, nuestra mala gente son aquellos que son mitad  cultivadores y mitad cazadores, y los peores de ellos son aquellos que se han degenerado solamente hacia la cacería. Como viejos labradores y nuevos hombres de los bosques, como europeos convertidos en indios, contraen los vicios de ambos; adoptan la morosidad y la ferocidad de los nativos sin su benevolencia, incluso sin su industria en el hogar. Si nuestras costumbres no son refinadas, al menos se vuelven simples e inofensivas en el cultivo de la tierra. Todas nuestras necesidades son cubiertas por ella; nuestro tiempo está dividido entre la labor y el descanso, y no deja ningún lugar a la comisión de fechorías. Como cazadores, nuestro tiempo se divide entre la cacería, el reposo ocioso y la indulgencia de la embriaguez. La caza no es otra cosa que una licenciosa vida de ocio, y si no siempre pervierte las buenas disposiciones, cuando está unida a la mala suerte lleva a la necesidad; la necesidad estimula aquella propensión a la rapacidad y la injusticia muy natural en los hombres necesitados, lo cual es una fatal gradación. 
El autor

  Después de esta explicación de los efectos que sobrevienen a la vida en los bosques, ¿nos halagaremos vanamente a nosotros mismos con la esperanza de convertir a los indios? Deberíamos comenzar por convertir a nuestros propios colonos de la periferia; y ahora, si me atreviera a mencionar el nombre de la religión, diría que sus dulces acentos se perderían en la inmensidad de estos bosques. Los hombres así constituidos no están listos ni para recibir ni para recordar sus suaves instrucciones; quieren templos y ministros, pero tan pronto como dejan de permanecer en el hogar y comienzan a llevar una vida errática, no importa si son castaños o blancos, dejan de ser sus discípulos.