jueves, 25 de febrero de 2016

NARRACIÓN DEL CAUTIVERIO Y LA RESTITUCIÓN DE MRS. MARY ROWLANDSON


Autora: MARY ROWLANDSON

Traductor: Pedro Peña

N. del T.: Entre 1675 y 1678 se desarrolló en Nueva Inglaterra (hoy EEUU) un conflicto armado de grandes proporciones entre nativos y colonos. Se lo conoció como la Guerra del Rey Phillip, en alusión al nombre cristiano que los colonos le habían adjudicado a Metacomet, jefe de los Wampanoag, capturado por los colonos ingleses y muerto en cautiverio. Mary Rowlandson (1637 – 1711) vivía en Lancaster, Massachusetts, al comienzo de la guerra. Su casa fue atacada y ella secuestrada por los nativos, con los que convivió casi tres meses. En ese tiempo se movieron de forma constante por territorio salvaje, con todas las privaciones y penurias que pudieran acaecerle a una cautiva. Una de sus hijas murió durante aquel periodo y otros dos fueron separados de ella. Finalmente, el 2 de mayo, fue rescatada. En 1682 se publicó por primera vez su historia, escrita por ella misma, bajo el título A Narrative of the Captivity and Restoration of Mrs. Mary Rowlandson (ver título). Bajo clara influencia del Puritanismo, la prosa de Rowlandson acude constantemente a citas y episodios bíblicos. Puede parecer un tanto repetitiva en la utilización de ciertas expresiones o palabras, e incluso la temporalidad del relato ofrece ciertas dificultades, pero es un texto notablemente útil para entender aquel mundo. Los nativos representan lo salvaje, bárbaro e infiel en oposición a la piedad y a la civilización de los cristianos blancos, lo que se constituiría más tarde en una forma dominante de ver el mundo. La narrativa americana de cautiverio, que en nuestras latitudes fue tan popular durante el siglo XIX (basta mencionar los ejemplos de Andrés Echeverría y José Hernández), tiene aquí uno de sus textos originarios.


   EL DÉCIMO DÍA del mes de Febrero de 1675 vinieron los indios en gran número sobre Lancaster. Su primera llegada fue cerca del amanecer; escuchando el ruido de las armas, observamos afuera; muchas casas se estaban incendiando y el humo ascendía al cielo. Cinco personas fueron capturadas en una casa. El padre, la madre y un niño de pecho fueron golpeados en la cabeza. Tomaron a otros dos niños y se los llevaron vivos. Hubo otros dos que, estando fuera de la guarnición en aquel momento, fueron atacados. Uno de ellos fue golpeado en la cabeza, el otro escapó. Hubo otro que, al huir, fue alcanzado y herido por disparos, y cayó; les suplicó por su vida, prometiéndoles dinero (tal como ellos me narraron), pero no lo escucharon sino que lo golpearon en la cabeza y lo desnudaron y le abrieron las entrañas. Otro más, viendo a muchos de los indios alrededor de su granero, se arriesgó a salir, pero fue rápidamente derribado por otro disparo. Hubo otros tres pertenecientes a la misma guarnición que fueron asesinados. Los indios, subiendo al techo del granero, tenían ventaja para disparar sobre ellos y la fortificación. De esa manera aquellos desdichados asesinos continuaron quemando y destruyendo todo tras ellos.
   Entonces vinieron y sitiaron nuestra propia casa, y aquello rápidamente se volvió el día más triste que alguna vez vieran mis ojos. La casa se alzaba sobre el borde de una colina. Algunos de los indios se colocaron detrás de la colina, otros dentro del granero, y aun otros detrás de cualquier cosa que pudiera protegerlos. Desde todos esos lugares disparaban contra la casa, de manera que las balas parecían volar como granizo; rápidamente hirieron a uno de los nuestros, luego a otro, y luego a un tercero. Cerca de dos horas -de acuerdo a mi observación, en ese tiempo increíble- habían estado en los alrededores de la casa antes de que se decidieran a quemarla, lo que hicieron con lino y cáñamo que sacaron del granero, y estando sin defensa la casa, con solo dos laderos en dos esquinas opuestas, y uno de ellos aun sin terminar. Prendieron fuego la casa una vez y alguien de los nuestros se aventuró afuera y lo extinguió, pero ellos rápidamente la incendiaron de nuevo, y aquello bastó. Y ahora es cuando la hora terrible ha llegado, aquella de la que alguna vez había escuchado, en tiempo de guerra, como era el caso de otros, pero que ahora mis ojos ven. Algunos en nuestra casa luchaban por sus vidas, otros se revolcaban en su sangre, la casa incendiada sobre nuestras cabezas, y el sangriento pagano listo para golpearnos en la cabeza si salíamos afuera. Ahora es posible que escuchemos a las madres y los niños gritando por ellos mismos y por los otros: “Señor, qué debemos hacer?”
   Entonces tomé a uno de mis hijos, y una de mis hermanas tomó al suyo, y nos pusimos en marcha para abandonar la casa; pero tan pronto como llegamos a la puerta y aparecimos, los indios dispararon de tal forma que las balas repiquetearon como si alguien hubiera tomado un puñado de piedras y las hubiera lanzado contra la casa, por lo que con agrado retornamos. Teníamos seis vigorosos perros pertenecientes a nuestra guarnición, pero ninguno de ellos se movía, cuando en otras ocasiones, si algún indio hubiera llegado a la puerta, habrían estado listos para volar sobre él y derribarlo. El Señor en este acto nos haría reconocer Su mano, y ver que nuestra ayuda está siempre y únicamente en Él. Pero debemos ir afuera, con el fuego creciendo detrás, rugiendo, y los indios delante de nosotros, boquiabiertos, con sus armas, lanzas y hachas listas para aniquilarnos. Tan pronto como estuvimos fuera, mi cuñado, habiendo sido herido en la garganta mientras defendía la casa, cayó muerto, con lo cual los indios desdeñosamente gritaban y hacían reverencia. Se lanzaron sobre él, quitándole sus ropas. Con las balas volando abundantes, una me atravesó el costado, y la misma, al parecer, atravesó las entrañas y la mano de mi querida niña en mis brazos. La pierna de uno de los niños de una de mis hermanas mayores, William, se quebró, y cuando los indios lo vieron golpearon su cabeza. De esa manera fuimos destrozados por aquellos inmisericordes paganos, pasmados, con la sangre corriendo hasta nuestros talones. Mi hermana mayor, estando aun en la casa y viendo estas cosas desgraciadas, a los infieles arrastrando a las madres a un lado y a los niños al otro, y algunos revolcándose en su sangre, y con su hijo pequeño diciéndole que su hijo William estaba muerto y que yo misma estaba herida, dijo: “Oh, Señor, déjame morir con ellos”, y al terminar de decirlo una bala le acertó y cayó muerta sobre el umbral. Yo espero que ella esté cosechando la fruta de sus buenas labores, siendo fiel al servicio de Dios desde su lugar. En sus años más jóvenes ella tuvo muchos problemas acerca de las cosas del espíritu, hasta que le complació a Dios que aquella preciada escritura enraizara en su corazón: “Y me ha dicho: mi Gracia es suficiente para ti” (2 Corintios, 12.9). Más de veinte años atrás la he escuchado decir cuán dulce y confortable era para ella aquel lugar. Pero para retornar: los indios nos capturaron, empujándome hacia uno de los lados y a los niños hacia el otro, y dijeron: “Sigan con nosotros”; yo les dije que me matarían y ellos respondieron que si yo estaba dispuesta a seguirlos no me harían daño.  
  ¡Oh, qué triste vista se extendía para ser contemplada en la casa! “Vengan, contemplen los trabajos del Señor, qué desolación ha dejado en la tierra”. De treinta y siete personas que había allí, ninguno escapó a la muerte o al todavía más amargo cautiverio, salvo uno solo, quien podría bien decir: “Y solo yo escapé para contarlo” (Job, 1.15). Hubo doce muertos, algunos alcanzados por disparos, otros acuchillados por lanzas, otros golpeados por hachas. Cuando estamos en prosperidad, ¡oh!, qué poco pensamos en estas tristes vistas, en ver a nuestros queridos amigos y relaciones yacer echando la sangre de su corazón sobre el suelo. Había uno cuya cabeza había sido hundida por un hacha y su cuerpo desvestido hasta quedar desnudo, y aun así gateaba de un lado al otro. Es una vista solemne el ver tantos Cristianos yaciendo acostados sobre su sangre, algunos aquí, otros allá, como un rebaño de ovejas dividido por los lobos, todos despojados de sus ropas por un grupo de sabuesos del infierno, rugiendo, cantando, vociferando e insultando, como si fueran a quitarnos nuestros propios corazones. Sin embargo el Señor, por Su tremendo poder, preservó a algunos de la muerte, por lo que hubo veinticuatro de nosotros tomados con vida y llevados cautivos.

Antes de todo aquello yo había dicho muchas veces que si los indios venían, eligiría ser asesinada por ellos antes que ser llevada viva; pero cuando llegó la hora cambié mi pensamiento; sus armas relucientes intimidaron tanto mi espíritu que preferí seguir a aquellas, yo diría, voraces bestias, antes que terminar mis días en aquel momento. Y como lo mejor será que declare lo que me sucedió durante aquel penoso cautiverio, hablaré de las diversas mudanzas que tuvimos de aquí para allá en tierra salvaje.

sábado, 6 de febrero de 2016

DIARIO DE JOHN WINTHROP y el primer caso de brujería en Massachusets


N. del T.: John Winthrop (1588 – 1649) fue un acaudalado hombre de leyes inglés y una de las figuras principales en la fundación de la Massachusets Bay Colony a partir de 1630. Su Diario (The Journal of John Winthrop, publicado por primera vez en 1826) es uno de los testimonios más importantes de aquellas épocas. Winthrop era puritano, lo que se plasma claramente en sus escritos. Sus ideas religiosas acerca de la vida y del trabajo arraigaron de forma notoria en la identidad de lo que en aquel momento era New England. Los EEUU han basado gran parte de su ser nacional en las prácticas y creencias del puritanismo, del cual Winthrop era un baluarte.

He elegido para esta traducción un breve fragmento de su Diario en el que se describen someramente los cargos y las “pruebas” en contra de Margaret Jones, la primera mujer en ser ejecutada en el inicio de una cacería de brujas que se desarrolló en Massachusets entre 1648 y 1663.



4 de Junio, 1648. 
ANTE ESTA CORTE Margaret Jones de Charlestown fue acusada de brujería y colgada por ello. La evidencia en su contra fue: 1, se encontró que poseía un toque maligno, porque muchas personas (hombres, mujeres y niños) a los que ella acariciaba o tocaba, tanto con afecto como con disgusto, sufrían de sordera, vómitos u otros violentos dolores o enfermedades; 2, estando ella practicando medicina, y siendo sus medicinas cosas inocuas tales como (por su propia confesión) anisado, licores, etc., aun así tenían efectos violentos extraordinarios; 3, solía decirles a las personas que no usaban sus medicinas que de esa manera nunca curarían, y de esa forma sus enfermedades y heridas continuaban, con recaídas en contra del curso ordinario y más allá de la comprensión de los doctores y cirujanos; 4, algunas de las cosas que predijo ocurrieron de acuerdo a sus palabras; otras cosas de las que ella podía contar (charlas secretas, por ejemplo), no tenía medios corrientes de haberlas conocido; 5, ella tenía (comprobado en una búsqueda) un pezón visible en sus partes secretas, tan fresco como si hubiera sido recientemente succionado, y luego de haber sido revisada, a la fuerza, aquel pezón se atrofió y otro comenzó a surgir en el lado opuesto 1; 6, en la prisión, a la clara luz del día, fue visto en sus brazos, estando ella sentada en el suelo y con sus ropas encima, un niño pequeño, el cual corrió desde su habitación hacia otra y, al ser perseguido por el guardia, desapareció. El pequeño fue visto en otros dos lugares con los cuales ella guardaba relación; y una joven que lo vio cayó enferma después y fue curada por la tal Margaret, que usó sus medios y recursos a tales efectos. Su comportamiento durante el juicio fue muy destemplado, mintiendo notoriamente y clamando en contra del jurado y de los testigos, y en tal destemplanza murió. El mismo día y a la misma hora en la que fue ejecutada, hubo una gran tempestad en Connecticut, la cual derribó muchos árboles.



 
1 Se pensaba que tales anomalías en el cuerpo servían para amamantar demonios, por lo tanto eran consideradas evidencia de brujería.