Autor: Thomas Paine
Traductor: Pedro
Peña
N.
del T.: Thomas Paine (Thetford,
Inglaterra, 1737 – Nueva York, EEUU, 1809) es uno de los padres
fundadores de la nación norteamericana. La siguiente traducción (la segunda que realizo de un texto de Paine)
es el inicio de una serie de escritos clásicos y panfletarios del autor titulados American crisis. Estos trabajos fueron
publicados desde 1776 hasta 1783, coincidentemente con la revolución
independentista. Como suele decirse, toda explicación acerca del
presente radica en la historia.
ESTOS SON LOS TIEMPOS
que prueban el alma de los hombres. El soldado de verano y el
patriota a la luz del día se escabullirán, en esta crisis, del
servicio de su país. Pero el que se alce de ahora en adelante
merecerá el amor y la gratitud de los hombres y las mujeres
compatriotas. La tiranía, como el infierno, no es conquistada
fácilmente. Y aun así tenemos con nosotros el consuelo de que
cuánto más duro el conflicto, más glorioso el triunfo. Lo que
obtenemos a un bajo precio, lo estimamos demasiado livianamente. Es
únicamente el alto costo lo que le da a cada cosa su valor. El cielo
sabe cómo poner un precio apropiado a sus mercancías y sería
extraño, ciertamente, que un artículo tan celestial como la
libertad no fuera costoso. Gran Bretaña, con una Armada para
asegurar su tiranía, ha declarado que tiene el derecho no solamente
a poner impuestos, sino a amarrarnos totalmente en cualquier caso. Y
si ser amarrado de esa manera no es esclavitud, entonces no hay tal
cosa como la esclavitud sobre la tierra. Hasta la expresión es
impía, porque un poder tan ilimitado puede solamente pertenecer a
Dios.
No entraré en la
discusión de si la independencia del continente fue declarada
demasiado pronto o demorada largo tiempo. Mi propia y simple opinión
es que, si hubiera sido ocho meses antes, habría sido mucho mejor.
No hicimos un uso apropiado del último invierno, ni podríamos
haberlo hecho mientras éramos un estado dependiente. Sin embargo, la
falta, si es que hubo una, fue toda nuestra. No tenemos a nadie a
quien culpar sino a nosotros. Pero no se ha perdido demasiado
todavía. Todo lo que Howe ha estado haciendo este mes pasado es más
un estrago que una conquista, al cual el espíritu de los Jerseys, un
año atrás, habría rápidamente reprimido, y al que el tiempo y un
poco de resolución pronto recuperarán.
Tengo menos
superticiones que ningún hombre viviente, pero mi opinión secreta
ha sido siempre, y todavía lo es, que Dios Todopoderoso no entregará
a un pueblo a la destrucción militar, o lo abandonará sin ayuda a
que perezca, y aun menos a un pueblo que tan seria y repetidamente
buscó evitar las calamidades de la guerra por todos los métodos
decentes que la sabiduría pudo inventar. Ni tampoco hay tanto de
impío en mí como para suponer que Él ha renunciado al gobierno del
mundo y nos ha entregado al cuidado de los diablos; y como no lo
hago, no puedo ver bajo qué motivos el rey de Gran Bretaña puede
mirar al cielo pidiendo por ayuda contra nosotros: un asesino común,
un salteador de caminos, o alguien que irrumpe en una casa para
robar, tienen tan buenas pretensiones como las suyas.
Es sorprendente ver
cuán rápidamente el pánico corre a lo largo de un país. Todas las
naciones y edades han estado sujetos a él. Gran Bretaña ha temblado
como bajo una fiebre ante el reporte de la flota francesa ligera; y
en el siglo XIV, la armada inglesa por entero, después de haber
estragado el reino de Francia, fue devuelta a su lugar como hombres
petrificados por el miedo. Y esta valiente hazaña fue llevada a cabo
por unas pocas y quebradas fuerzas, reunidas y lideradas por una
mujer: Juana de Arco. ¡Ojalá el cielo inspirara alguna virgen de
Jersey a ensalzar el espíritu de sus coterráneos, y salvar a sus
compatriotas sufrientes del daño y la violación! Y aun así, el
pánico en algunos casos tiene sus usos; produce tanto bien como
dolor. Su duración es siempre corta; la mente pronto crece a través
de él y adquiere un hábito más firme que el anterior. Pero su
peculiar ventaja es que, siendo la piedra de toque de la sinceridad y
la hipocresía, lleva las cosas de los hombres hacia la luz, las
cuales de otra manera habrían permanecido para siempre sin
descubrir. (...) Tamizan los pensamientos escondidos del hombre y los
exponen en público al mundo.
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