sábado, 16 de enero de 2016

NANTUCKET (Moby Dick. Capítulo 14)


N. del T.: Moby Dick, obra cumbre de Herman Melville, fue publicada por primera vez en 1851. Es una de las novelas más famosas de la literatura universal. En ella se narra el viaje del Pequod, un barco ballenero al mando del Capitán Ahab. Éste es un hombre obsesionado por capturar a Moby Dick, la enorme ballena blanca con la que ya se ha cruzado en el pasado. Los primeros capítulos se centran en los prolegómenos del viaje. En el traducido aquí se describe la isla de Nantucket, puerto obligado de partida de los grandes buques balleneros norteamericanos que surcaron las aguas de todos los océanos durante el siglo XIX. El texto completo de la novela puede encontrarse en internet. Hay además una emblemática película (Moby Dick, 1956) dirigida por John Huston, protagonizada por Gregory Peck, con guión de Ray Bradbury. En ella destaca un maravilloso monólogo de Orson Welles como predicador.



NADA más sucedió en el transcurso digno de ser mencionado; por lo que, después de un hermoso viaje, llegamos seguros a Nantucket.
¡Nantucket! Toma tu mapa y mírala1. Observa el verdadero rincón del mundo que ocupa; cómo se yergue allí, lejos de la costa, aun más solitaria que el faro de Eddynstone. Mírala – un simple montículo, un codo de arena; todo playa sin nada detrás. Hay más arena allí que la que usarías en veinte años como sustituto del papel secante. Algunos graciosos te dirán que hasta tienen que plantar malezas allí porque no crecen naturalmente; que importan cardos de Canadá; que tienen que mandar a buscar un espiche a ultramar para detener una pérdida en el tonel de aceite; que las piezas de madera en Nantucket son transportadas como los trozos de la cruz verdadera en Roma; que allí la gente planta hongos venenosos delante de sus casas para refugiarse bajo su sombra en el verano; que una brizna de hierba es un oasis, que tres briznas en una caminata de un día es una pradera; que usan zapatos para arenas movedizas, parecidos a los zapatos de nieve lapones; que son tan cerrados, encerrados de todas las formas, rodeados, y convertidos en una absoluta isla por el océano, que algunas veces hasta se encuentran pequeñas almejas adheridas a sus sillas y sus mesas, como a los lomos de tortugas marinas. Pero estas extravagancias solo muestran que Nantucket no es Illinois.
Observa ahora la maravillosa historia tradicional de cómo esta isla fue poblada por los pieles roja. Así va la leyenda: en tiempos antiguos un águila bajó en picada sobre la costa de Nueva Inglaterra y se llevó un pequeño niño indio en sus garras. Con audibles lamentos los padres vieron llevar a su hijo fuera de su vista sobre las amplias aguas. Decidieron salir en la misma dirección. Partieron en sus canoas y después de un peligroso viaje descubrieron la isla, y allí encontraron un ataúd de marfil vacío – el esqueleto del pobre pequeño indio.
¡No hay maravilla, entonces, en que aquellos habitantes de Nantucket, nacidos sobre una playa, tomaran al mar como sustento! Primero atraparon cangrejos y almejas en la arena; más audaces, se aventuraron al agua con redes para la caballa; más experientes, salieron en botes y capturaron bacalaos; y por último, botando una armada de grandes naves en el mar, exploraron este mundo de agua; pusieron un incesante cinturón de circunnavegaciones alrededor de él; se asomaron al estrecho de Bhering; y en todas las estaciones y océanos declararon la guerra eterna a la más poderosa masa animada que haya sobrevivido al diluvio; ¡la más monstruosa y más gigantesca! ¡Aquel mastodonte himalayo de agua salada, investido con tan ominoso poder inconsciente, que su pánico es más temible que sus intrépidos y maliciosos ataques!
Y de esta manera aquellos desnudos Nantuckenses, aquellos ermitaños marinos, salidos de su hormiguero en el mar, han recorrido y conquistado el mundo acuático como si fueran muchos Alejandros; repartiéndose el Atlántico, el Pacífico y el Índico, como lo hicieron las tres potencias piratas con Polonia. Dejen que América2 añada México a Texas, y apile a Cuba sobre Canadá; dejen que los ingleses dominen toda la India y hondeen su llameante bandera desde el sol; dos tercios de este globo terráqueo son del nantuckense. Porque el mar es suyo; él es su dueño, como los emperadores son dueños de sus imperios; los otros marinos solo tienen el derecho de paso a través de él. Las naves mercantes no son más que puentes extendidos sobre él; las naves armadas son solo fortalezas flotantes; hasta los piratas y los corsarios, a pesar de seguir el mar como los bandoleros siguen el camino, solo saquean otras naves, otros fragmentos de la tierra como ellos mismos, sin pretender sacar su sustento de la misma profundidad sin fondo. El nantuckense: él es el único que reside y se amotina en el mar; él solo, en el lenguaje de la Biblia, es el que desciende hacia él en naves; arándolo en todas direcciones como su propia plantación especial. Allí está su hogar; allí está su negocio, y ni siquiera el diluvio de Noé lo interrumpiría aunque arrollara a los millones de China. Él vive en el mar como los gallos silvestres viven en las praderas; él se esconde entre las olas, las trepa como los cazadores de gamuzas trepan los Alpes. Por años no sabe de la tierra; por eso cuando al final llega a ella, le huele a otro mundo, de forma más extraña que la luna a un hombre de la tierra. Con la gaviota sin tierra, que al anochecer pliega sus alas y se duerme mecida por las olas; de la misma manera el nantuckense, al anochecer, sin tierra a la vista, pliega sus velas y se recuesta a descansar, mientras que debajo de su almohada se precipitan manadas de morsas y ballenas.




1 El narrador intradiegético se dirige directamente a un narratario heterodiegético que es el mismo lector, en un juego bastante común en la narrativa del siglo XIX. En este caso he optado por el uso del castellano neutro y de la segunda persona del singular, aunque bien puede tomarse como válida (y hay traducciones que lo hacen) la segunda persona del plural (vosotros, ustedes).
2 “América” en este caso debe tomarse como los EEUU.