sábado, 15 de julio de 2017

LOS CAZADORES Y LOS BOSQUES

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur 
TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) es uno de los autores más traducidos en este blog. Nacido en la nobleza, durante algunos años vivió en las colonias francesas e inglesas en Norteamérica, actuales Canadá y EEUU. Fue miliciano francés con grado de oficial, prisionero de guerra, comerciante, colono, diplomático y un largo etcétera. En 1782 publicó su obra principal: Letters from an american farmer, que adquirió popularidad rápidamente. De ella hemos extraído los distintos textos que presentamos a ustedes. 
Boy Hunting - L. G. White


  Volvamos a ocuparnos de nuestro colonos de la periferia. Debo decirles que hay algo en la proximidad de los bosques que es muy singular. Lo es para los hombres así como para las plantas y los animales que crecen y viven en los bosques; estos son totalmente diferentes de aquellos que viven en las planicies. Les diré lo que pienso al respecto con sinceridad, pero no deben esperar que adelante razón alguna. Al vivir cerca o en los bosques, sus acciones son reguladas por lo salvaje del vecindario. Los venados a menudo vienen a comer sus granos, los lobos a destruir sus majadas, los osos a matar sus cerdos y los coyotes a llevarse sus aves de corral. Esta hostilidad circundante inmediatamente les pone un arma en sus manos; entonces vigilan a estos animales; matan algunos y así, defendiendo su propiedad, pronto se vuelven cazadores declarados. Así es el desarrollo de las cosas: una vez cazadores, adiós al arado. La cacería los vuelve feroces, sombríos e insaciables. Un cazador no quiere ningún vecino cerca. Al contrario, los desprecia porque teme a la competencia. En poco tiempo su éxito en los bosques los hace negligentes con sus cultivos. Confían en la fecundidad natural de la tierra y por eso hacen poco. El descuido en los cercos a menudo expone lo poco que siembran a la destrucción. No están en sus hogares para vigilar; para compensar estas deficiencias salen cada vez más a menudo a los bosques. Este nuevo modo de vida trae consigo nuevos modales que no podría describir fácilmente. Estas nuevas costumbres, al ser injertadas en las viejas, producen una clase extraña de ilícita prodigalidad cuyas impresiones son imborrables. Las costumbres de los indios nativos son decentes comparadas con esta mezcla de los europeos. Sus esposas y niños viven en la pereza y la inactividad, y no teniendo un propósito acorde, ustedes mismos pueden juzgar la clase de educación que reciben. Sus tiernas mentes no tienen otra cosa para contemplar que el ejemplo de sus padres; como ellos, crecen como una cría mestiza, mitad civilizada, mitad salvaje, a no ser que la naturaleza les estampe alguna inclinación en su constitución personal. Aquel fértil, aquel agradable sentimiento que los impactaba de forma tan fuerte, se ha ido.  La posesión de la tierra ya no les ofrece el mismo placer y orgullo. A todas estas razones ustedes deben agregar su situación de soledad, ¡y no pueden imaginar el efecto en las costumbres de las grandes distancias que los separan unos de otros! 
  Consideren a primera vista alguno de los últimos asentamientos: ¿de qué se componen? De europeos que no tienen el suficiente conocimiento que deberían tener para prosperar; gente que de pronto ha pasado de la opresión, del terror al gobierno, del temor a las leyes, hacia la ilimitada libertad de los bosques. Este cambio brusco debe tener un enorme efecto en la mayoría de los hombres; en particular en aquella clase de hombres. Comer carne salvaje, sin importar lo que piensen, tiende a alterar sus temperamentos. Aun así, toda la prueba que puedo aducir es simplemente que lo he visto; y al no tener lugar de culto al que acudir como alivio, hasta este mínimo atisbo de sociedad les es negado. Los encuentros de los domingos, de exclusivo beneficio religioso, eran los únicos vínculos sociales que podrían haberles inspirado algún grado de emulación de la pulcritud y el aseo. ¿Es entonces sorprendente ver hombres así, inmersos en grandes y pesadas tareas, degenerarse un poco? Es por cierto una maravilla que el efecto no sea aun más difundido. Los moravianos y los cuáqueros son los únicos ejemplos de excepción de lo que he planteado. Los primeros nunca colonizan en solitario; es toda una colonia de su sociedad la que emigra. Llevan con ellos sus costumbres, cultos, reglas y decencia. Los segundos nunca comienzan tan duro; siempre pueden comprar tierras mejoradas, en las cuales hay una gran ventaja porque para la época en que las compran el lugar ya ha sido recuperado de su primera barbarie. De esta manera, nuestra mala gente son aquellos que son mitad  cultivadores y mitad cazadores, y los peores de ellos son aquellos que se han degenerado solamente hacia la cacería. Como viejos labradores y nuevos hombres de los bosques, como europeos convertidos en indios, contraen los vicios de ambos; adoptan la morosidad y la ferocidad de los nativos sin su benevolencia, incluso sin su industria en el hogar. Si nuestras costumbres no son refinadas, al menos se vuelven simples e inofensivas en el cultivo de la tierra. Todas nuestras necesidades son cubiertas por ella; nuestro tiempo está dividido entre la labor y el descanso, y no deja ningún lugar a la comisión de fechorías. Como cazadores, nuestro tiempo se divide entre la cacería, el reposo ocioso y la indulgencia de la embriaguez. La caza no es otra cosa que una licenciosa vida de ocio, y si no siempre pervierte las buenas disposiciones, cuando está unida a la mala suerte lleva a la necesidad; la necesidad estimula aquella propensión a la rapacidad y la injusticia muy natural en los hombres necesitados, lo cual es una fatal gradación. 
El autor

  Después de esta explicación de los efectos que sobrevienen a la vida en los bosques, ¿nos halagaremos vanamente a nosotros mismos con la esperanza de convertir a los indios? Deberíamos comenzar por convertir a nuestros propios colonos de la periferia; y ahora, si me atreviera a mencionar el nombre de la religión, diría que sus dulces acentos se perderían en la inmensidad de estos bosques. Los hombres así constituidos no están listos ni para recibir ni para recordar sus suaves instrucciones; quieren templos y ministros, pero tan pronto como dejan de permanecer en el hogar y comienzan a llevar una vida errática, no importa si son castaños o blancos, dejan de ser sus discípulos.

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