N. del T.: Moby
Dick, obra cumbre de Herman Melville, fue publicada por primera
vez en 1851. Es una de las novelas más famosas de la literatura universal.
En ella se narra el viaje del Pequod, un barco ballenero al mando del
Capitán Ahab. Éste es un hombre obsesionado por capturar a Moby Dick, la enorme ballena blanca con la que ya se ha cruzado en el pasado. Los primeros capítulos se centran en los prolegómenos
del viaje. En el traducido aquí se describe la isla
de Nantucket, puerto obligado de partida de los grandes buques
balleneros norteamericanos que surcaron las aguas de todos los océanos durante el
siglo XIX. El texto completo de la novela puede encontrarse en
internet. Hay además una emblemática película (Moby
Dick, 1956) dirigida por John Huston, protagonizada por Gregory
Peck, con guión de Ray Bradbury. En ella destaca un maravilloso monólogo de Orson Welles como predicador.
NADA más sucedió en
el transcurso digno de ser mencionado; por lo que, después de un
hermoso viaje, llegamos seguros a Nantucket.
¡Nantucket! Toma tu
mapa y mírala1.
Observa el verdadero rincón del mundo que ocupa; cómo se yergue
allí, lejos de la costa, aun más solitaria que el faro de
Eddynstone. Mírala – un simple montículo, un codo de arena; todo
playa sin nada detrás. Hay más arena allí que la que usarías en
veinte años como sustituto del papel secante. Algunos graciosos te
dirán que hasta tienen que plantar malezas allí porque no crecen
naturalmente; que importan cardos de Canadá; que tienen que mandar a
buscar un espiche a ultramar para detener una pérdida en el tonel de
aceite; que las piezas de madera en Nantucket son transportadas como
los trozos de la cruz verdadera en Roma; que allí la gente planta
hongos venenosos delante de sus casas para refugiarse bajo su sombra
en el verano; que una brizna de hierba es un oasis, que tres briznas
en una caminata de un día es una pradera; que usan zapatos para
arenas movedizas, parecidos a los zapatos de nieve lapones; que son
tan cerrados, encerrados de todas las formas, rodeados, y convertidos
en una absoluta isla por el océano, que algunas veces hasta se
encuentran pequeñas almejas adheridas a sus sillas y sus mesas, como
a los lomos de tortugas marinas. Pero estas extravagancias solo
muestran que Nantucket no es Illinois.
Observa ahora la
maravillosa historia tradicional de cómo esta isla fue poblada por
los pieles roja. Así va la leyenda: en tiempos antiguos un águila
bajó en picada sobre la costa de Nueva Inglaterra y se llevó un
pequeño niño indio en sus garras. Con audibles lamentos los padres
vieron llevar a su hijo fuera de su vista sobre las amplias aguas.
Decidieron salir en la misma dirección. Partieron en sus canoas y
después de un peligroso viaje descubrieron la isla, y allí
encontraron un ataúd de marfil vacío – el esqueleto del pobre
pequeño indio.
Y de esta manera
aquellos desnudos Nantuckenses, aquellos ermitaños marinos, salidos
de su hormiguero en el mar, han recorrido y conquistado el mundo
acuático como si fueran muchos Alejandros; repartiéndose el
Atlántico, el Pacífico y el Índico, como lo hicieron las tres
potencias piratas con Polonia. Dejen que América2
añada México a Texas, y apile a Cuba sobre Canadá; dejen que los
ingleses dominen toda la India y hondeen su llameante bandera desde
el sol; dos tercios de este globo terráqueo son del nantuckense.
Porque el mar es suyo; él es su dueño, como los emperadores son
dueños de sus imperios; los otros marinos solo tienen el derecho de
paso a través de él. Las naves mercantes no son más que puentes
extendidos sobre él; las naves armadas son solo fortalezas
flotantes; hasta los piratas y los corsarios, a pesar de seguir el
mar como los bandoleros siguen el camino, solo saquean otras naves,
otros fragmentos de la tierra como ellos mismos, sin pretender sacar
su sustento de la misma profundidad sin fondo. El nantuckense: él es
el único que reside y se amotina en el mar; él solo, en el lenguaje
de la Biblia, es el que desciende hacia él en naves; arándolo en
todas direcciones como su propia plantación especial. Allí está su
hogar; allí está su negocio, y ni siquiera el diluvio de Noé lo
interrumpiría aunque arrollara a los millones de China. Él vive en
el mar como los gallos silvestres viven en las praderas; él se
esconde entre las olas, las trepa como los cazadores de gamuzas
trepan los Alpes. Por años no sabe de la tierra; por eso cuando al
final llega a ella, le huele a otro mundo, de forma más extraña que
la luna a un hombre de la tierra. Con la gaviota sin tierra, que al
anochecer pliega sus alas y se duerme mecida por las olas; de la
misma manera el nantuckense, al anochecer, sin tierra a la vista,
pliega sus velas y se recuesta a descansar, mientras que debajo de su
almohada se precipitan manadas de morsas y ballenas.
1 El narrador intradiegético se dirige directamente a un
narratario heterodiegético que es el mismo lector, en un juego
bastante común en la narrativa del siglo XIX. En este caso he
optado por el uso del castellano neutro y de la segunda persona del
singular, aunque bien puede tomarse como válida (y hay traducciones
que lo hacen) la segunda persona del plural (vosotros, ustedes).
2 “América”
en este caso debe tomarse como los EEUU.
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