sábado, 27 de enero de 2018

UNA AMONESTACIÓN DE LA IGLESIA POR ABUSO COMERCIAL tomado del Diario de John Winthrop

Autor: Jonh Winthrop
Traducción
: Pedro Peña

Nota del Traductor: John Winthrop (1588 – 1649) fue un acaudalado hombre de leyes inglés y una de las figuras principales en la fundación de la Massachusets Bay Colony a partir de 1630. Su Diario (The Journal of John Winthrop, publicado por primera vez en 1826) es uno de los testimonios más importantes de aquellas épocas. Winthrop era puritano, lo que se plasma claramente en sus escritos. Sus ideas religiosas puritanas acerca de la vida y del trabajo arraigaron de forma notoria en la identidad de lo que en aquel momento era New England.

  9 de noviembre de 1639.  En una corte general en Boston se presentó una importante querella acerca de los abusos practicados en el condado en la venta de mercancías básicas provenientes del extranjero. Mr. Robert Keayne, dueño de una tienda en Boston, fue notoriamente observado y señalado por encima de los otros; habiendo sido convocado a la corte, fue acusado por muchos particulares de haber tomado seis peniques de ganancia en un chelín, otras veces hasta ocho peniques, y en otros casos, encima de dos por uno. Habiéndoselo declarado culpable, como aparece en los registros, fue multado con £ 200. Después de que la corte lo hubo censurado, la iglesia de Boston lo llamó a que respondiera, lo que hizo entre lágrimas, reconociendo los hechos y lamentándose por su codicioso y corrupto corazón, a veces incluso excusándose mediante explicaciones ante los muchos casos particulares de los que fue acusado, aduciendo ignorancia del precio verdadero de algunas mercaderías, y principalmente, admitiendo haber sido mal guiado por falsos principios comerciales.
  Estos asuntos dieron ocasión a Mr. Cotton, en el ejercicio público de los sermones del siguiente día, de referirse a tales falsos principios, así como de dar ciertas reglas de instrucción en estos casos.
  Algunos de los falsos principios expuestos fueron los siguientes:
1. Que un hombre debía vender tan caro y comprar tan barato como pudiera.
2. Si alguien perdiera, por accidente en el mar, etcétera, algunas de sus mercancías, podía aumentar el precio del resto.
3. Que se podía vender al mismo precio que se compró, aunque se hubiera pagado demasiado caro y aunque el precio de la mercancía hubiese caído.
4. Que así como alguien podía tomar ventaja de su propia habilidad y talento, de la misma manera podía hacerlo de la ignorancia o la necesidad de otro.
5. Si alguien diera un tiempo a otro para pagarle, podía buscar compensación a esto en otro comprador.


  Las nuevas reglas para comerciar fueron estas:
1. Ningún hombre puede vender por encima del precio corriente, tal precio siendo el usual en el lugar y en el tiempo, y tal que otro, que conozca el valor de la mercancía, lo diera por ella si tuviera ocasión de usarla, y todo esto con dinero corriente que cualquier persona pudiera tomar.
2. Cuando alguien perdiere su mercadería por falta de habilidad, etcétera, debe ver esto como su propia falta, o cruz, y por lo tanto no debe imponérsela a otro.
3. Lo que un hombre perdiere por un accidente en el mar, u otras razones, es una pérdida puesta sobre él por la Providencia, y no debe deshacerse de ella imponiéndosela a otro;   (…) pero cuando haya escasez de la mercadería, entonces puede aumentar su precio, porque ahora la mano de Dios está puesta sobre la mercadería y no sobre la persona.
4. Un hombre no debe pedir más por su mercadería que el precio de venta; como Ephron a Abraham, la tierra es lo que vale.
  Habiendo sido debatida la causa por los feligreses, algunos se mostraban ansiosos de excomulgar al acusado; pero la mayoría pensó que una amonestación sería suficiente. Finalmente, la iglesia consintió en solo amonestarlo.

sábado, 30 de diciembre de 2017

ENCUENTRO EN EL BOSQUE

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de Crèvecoeur).
TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) ha sido uno de los autores más difundidos desde este espacio. Sobre todo por su permanente alegato en contra de la esclavitud. Su obra literaria más importante es el compilado de textos titulado Letters from an american farmer (Cartas de un granjero americano), publicado en Inglaterra en 1782, del que hemos tomado este breve fragmento que narra de primera mano un encuentro en el bosque con un esclavo. Como siempre, el estilo de estos escritos se revela en frases, expresiones y oraciones muy extensas que pueden exigir del lector un esfuerzo adicional. Algo que, por cierto, no deja de parecernos bueno.


  (…)  La siguiente escena espero dará cuenta de todas estas melancólicas reflexiones y disculpará los pensamientos sombríos con los que he llenado esta carta. Mi mente está, y siempre ha estado, oprimida desde que me convertí en testigo de esto que contaré. Hacía poco tiempo que había sido invitado a cenar con un plantador que vivía a tres millas de … [i] Para evitar el calor del sol, resolví ir a pie, por un pequeño pasaje protegido que se abría a través de un agradable bosque.  Resultaba muy placentero atravesar el lugar, examinando atentamente algunas plantas peculiares que había recogido, cuando en un punto sentí el aire fuertemente agitado, a pesar de que el día estaba perfectamente calmo y sofocante. Inmediatamente dirigí mis ojos hacia un claro, desde el cual estaba a una pequeña distancia, para ver si aquello no había sido ocasionado por una repentina llovizna, cuando, en ese instante, un sonido que parecía el de una voz profunda y áspera, pronunció lo que pensé eran unos pocos e inarticulados monosílabos. Alarmado y sorprendido, miré precipitadamente alrededor; entonces vi, a unas seis varas de distancia, algo que parecía una jaula, suspendida de las ramas de un árbol, cuyas otras extremidades aparecían cubiertas por enormes aves de rapiña revoloteando alrededor, ansiosamente intentando posarse en ella. Impulsado por un movimiento involuntario de mis manos más que por ningún designio de mi mente, les disparé. Volaron a una corta distancia, en el más horrible de los ruidos. Entonces, horroroso de pensar y doloroso de repetir, vi a un Negro encerrado en la jaula y abandonado allí a la muerte[ii]. Me estremecí cuando advertí que los pájaros ya le habían comido los ojos, los huesos de las mejillas estaban expuestos, sus brazos habían sido atacados en muchos lugares, y su cuerpo parecía cubierto con una gran cantidad de heridas. Desde los bordes de las vacías cuencas y desde las laceraciones con las que había sido desfigurado, la sangre lentamente goteaba y teñía el suelo. Tan pronto como los pájaros hubieron volado, un enjambre de insectos cubrió por completo el cuerpo del infortunado, ansiosos por alimentarse en su carne machacada y por beber su sangre. De pronto me encontré paralizado por el poder del miedo y del horror; mis nervios convulsionaron; temblé; me quedé parado sin movimiento, involuntariamente contemplando el destino de este Negro en toda su lúgubre latitud. El espectro viviente, a pesar de estar privado de sus ojos, podía aún oír con claridad, y en su burdo dialecto me rogó que le diera algo de agua para aliviar su sed. La humanidad misma habría retrocedido con horror; ella misma habría puesto en la balanza si aminorar tanta angustia sin alivio o, piadosamente con un disparo, poner un final a esta horrible y agonizante tortura. Si hubiera tenido una bala en mi pistola ciertamente habría dispuesto de él; pero siéndome imposible llevar a cabo este oficio tan piadoso, me propuse, mientras temblaba, aliviarlo tan bien como pudiera. Una valva fijada a un poste, que había sido usada por algunos otros Negros, se presentó a mis ojos. La llené de agua y con manos temblorosas la acerqué a los labios agitados del desgraciado sufriente. Urgido por el irresistible poder de la sed, intentó de forma instintiva llegar a ella, porque por el ruido adivinaba su cercanía al pasarla a través de los barrotes de la jaula.
  “Gracias hombre blanco. Gracias. Pon algo de veneno y dámelo.”
  “¿Cuánto tiempo has estado colgando aquí?”, le pregunté.
  “Dos días. Y no me muero. Los pájaros… los pájaros… aaah …yo…”
  Oprimido con las reflexiones que semejante espectáculo me ofrecía, reuní las fuerzas necesarias para continuar caminando. Pronto llegué a la casa en la cual iba a cenar. Allí supe que la razón para que este esclavo hubiera sido castigado de esa manera era el haber matado al mayoral de la plantación. Argumentaron que las leyes de la propia supervivencia hacían que tales ejecuciones fueran necesarias, y defendieron la doctrina del esclavismo con los argumentos que son generalmente usados para justificar tal práctica, con la repetición de los cuales no voy a molestarles al presente.
 



[i] El autor no incluye la referencia geográfica, presumiblemente para proteger la identidad de quien lo invitara a cenar, y evitarse a sí mismo un problema.
[ii] El autor utiliza la palabra “Negro” en el original en inglés, con mayúscula, y “Negroes”, pluralizado, más adelante. Ambas expresiones son consideradas despectivas actualmente, pero no entonces. 

martes, 10 de octubre de 2017

ARISTOCRACIA Y FALSA ARISTOCRACIA

Autor: Thomas Jefferson
Traductor: Pedro Peña

  En 1812, John Adams y Thomas Jefferson, que habían sido enemigos políticos, renovaron su amistad y su correspondencia y las continuaron por los catorce años restantes de sus vidas. Como Adams explicaba, “Usted y yo no deberíamos morir antes de que nos hubiéramos explicado el uno al otro”. Discreparon fundamentalmente en un punto: la aristocracia. Jefferson sostenía que había una distinción entre la aristocracia genuina y la artificial. Adams insistía en que eran, finalmente, incluso desafortunadamente, una sola y la misma.

Carta a John Adams.
Monticello, 28 de octubre de 1813.

  Estimado Caballero: de acuerdo a lo establecido entre nosotros sobre tomar de a uno por vez los asuntos de nuestra correspondencia, vuelvo sobre vuestras cartas del 16  de agosto y 2 de septiembre.
  Estoy de acuerdo con usted en que hay una aristocracia natural entre los hombres. Los fundamentos de ella son la virtud y los talentos. En el pasado, el poder corporal garantizaba un lugar entre los aristoi[1]. Pero desde que la invención de la pólvora ha armado a los débiles tanto como a los fuertes con el poder de la muerte, la fuerza corporal, la belleza, el buen humor, la amabilidad y otras virtudes no se han vuelto más que auxiliares en la distinción.
  Hay también una aristocracia artificial basada en la riqueza y el nacimiento, sin virtudes ni talentos. Porque si los tuviera, pertenecería a la primera clase. La aristocracia natural es la que yo considero el más preciado de los dones de la naturaleza, para la instrucción, la confianza y el gobierno de la sociedad. Y ciertamente hubiese sido inconsistente la Creación al haber formado al hombre para el estado social, y no haberlo provisto de la virtud y la sabiduría suficiente para manejar los asuntos de esa sociedad. ¿Podríamos soslayar que esta forma de reglarnos es la que mejor nos provee de una más pura selección de aquellos naturales aristoi dentro de las oficinas de gobierno?
  La aristocracia artificial es un ingrediente dañino en el gobierno y deberían hacerse previsiones para evitar su ascenso. En la cuestión acerca de cuál es la mejor previsión, usted y yo diferimos. Pero diferimos como amigos racionales, usando el libre ejercicio de nuestra propia razón, y mutuamente indultando sus errores. Usted piensa que es mejor poner a los pseudo-aristócratas dentro de una cámara separada de la legislatura, donde se podría evitar que hicieran daño y donde también ellos podrían constituirse en una protección de la riqueza contra los saqueos agrarios de la mayoría. Yo pienso que darles poder para evitar que hagan daño es armarlos para ello, incrementando de esa manera el mal en vez de remediarlo. Porque si los cuerpos coordinadas de la legislatura pueden frenar su acción, también podría ser que ocurriese al revés. El daño podría hacerse por la negativa tanto como por la positiva. Acerca de esto, un grupo de aliados en el Senado de los Estados Unidos ha recogido numerosas pruebas.
  Tampoco los creo necesarios para proteger la riqueza; porque un número alto de ellos sabrá encontrar su camino dentro de cada rama de la legislación para protegerse a sí mismos. (…) Yo pienso que el mejor remedio es el que han previsto todas nuestras constituciones: dejar a los ciudadanos la libre elección y separación de los aristócratas de los pseudo-aristócratas, del trigo de la cascarilla.  En general elegirán a los verdaderamente buenos y sabios. En algunas instancias, la riqueza puede corromperlos y el nacimiento cegarlos, pero no en grado suficiente como para poner en peligro a la sociedad.








[1] Del Griego: los mejores.

sábado, 22 de julio de 2017

LOS HOMBRES Y LA NATURALEZA

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur
TRADUCTOR: Pedro Peña


N. del T.: Las palabras de Crèvecoeur lo muestran como un hombre situado en su contexto. Y su contexto era el de finales del Siglo XVIII en Norteamérica, en pleno proceso de colonización y comercio, y en el inicio de las hostilidades entre las colonias e Inglaterra, que llevarían pocos años después a la creación de los EEUU. La idea de que los hombres que habitan un lugar determinado son reflejo de las características de ese lugar no es nueva para aquella época, pero Crèvecoeur la expresa con mucha belleza. Belleza que esperemos se pierda lo menos posible en esta traducción.

  Los hombres son como las plantas: la bondad y el sabor de las frutas proceden de las peculiaridades del suelo y de la exposición en la cual crecen. No somos otra cosa que lo que extraemos del aire que respiramos, del clima en el que habitamos, del gobierno que obedecemos, del sistema religioso que profesamos y de la naturaleza de nuestra ocupación.  Aquí  no se encontrará sino unos pocos crímenes que hayan enraizado entre nosotros. Desearía poder ser capaz de plantear todas mis ideas. Si mi ignorancia no me permite describirlas apropiadamente, sí tengo la esperanza de que pueda al menos delinearlas en unos pocos trazos, que es todo lo que me propongo.
  Aquellos que viven cerca del mar se alimentan más de pescado que de carne, y a menudo encuentran  esto último escandaloso. Esto los vuelve más atrevidos y emprendedores; los hace renegar de las confinadas ocupaciones de la tierra. Ven y conversan con una gran variedad de gente. Su intercambio con la humanidad se vuelve extensivo. El mar les inspira un amor por el tráfico, el deseo de transportar productos de un lugar a otro, y los conduce a una variedad de recursos que suplen el lugar del trabajo.  
  Aquellos que habitan los asentamientos centrales, por lejos los más numerosos, deben ser muy distintos. El mero cultivo de la tierra los purifica, pero las indulgencias del gobierno, los suaves reproches de la religión, el rango de propietarios absolutos e independientes, deben necesariamente inspirarles con sentimientos muy pocos conocidos en Europa entre gente de la misma clase. ¿Qué estoy diciendo? Europa no tiene esta clase de hombres. El temprano conocimiento que adquieren, los tratos tempranos que hacen, les dan un alto grado de sagacidad. Como hombres libres serán dados a los litigios; el orgullo y la obstinación son a menudo la causa de las demandas legales; la naturaleza de nuestras leyes y gobiernos puede ser otra. Como ciudadanos es fácil imaginar que leerán los periódicos cuidadosamente, intervendrán en cada disquisición política, criticarán y censurarán libremente a los gobernantes y a los otros. Como granjeros serán cuidadosos y ansiosos de conseguir todo lo que puedan, porque lo que consigan les pertenecerá. Como hombres del Norte, amarán la alegría de la copa. Como cristianos, la religión no refrenará sus opiniones. La indulgencia general dejará a cada uno que piense por sí mismo en materia espiritual. Las leyes rigen nuestras acciones; nuestros pensamientos son dejados a Dios. El trabajo, el buen vivir, el egoísmo, los litigios, las ideas políticas del país, el orgullo de ser hombres libres, la indiferencia religiosa, son sus características.
  Si uno se aleja aun más del mar, llegará a los asentamientos más recientes. Estos exhiben los mismos fuertes lineamientos, con una apariencia más ruda. La religión parece tener aun menos influencia y las costumbres son incluso peores.
  Ahora llegamos a la proximidad de los grandes bosques, cerca de los últimos distritos habitados; allí los hombres parecen haberse establecido aun más lejos del alcance de los gobiernos, lo que en cierta medida los deja a su propio albedrío. Y como fueron conducidos por la mala fortuna, la necesidad de un nuevo comienzo, el deseo de adquirir grandes extensiones de tierra, el ocio, la frecuente necesidad económica, las antiguas deudas, la reunión de esta gente no reporta un espectáculo muy placentero. Cuando la discordia, la falta de unidad y camaradería, cuando tanto la ebriedad como el ocio prevalecen en tan remotos parajes,  la contienda, la inactividad y las desgracias tienen lugar. Y no existen los mismos remedios para estos males que en una comunidad establecida de hace tiempo. Los pocos magistrados que tienen son en general solo un poco mejor que el resto. Estos hombres viven en un estado de guerra perfecto: el del hombre contra el hombre, a veces decidido por golpes, a veces por medio de la ley, o el del hombre contra los habitantes de estos venerables bosques, a los cuales han venido a expoliar.
  Así los hombres parecen no ser mejores que animales carnívoros de rango superior, viviendo de la carne de los animales salvajes cuando pueden capturarlos, y cuando no pueden, subsistiendo de cereales. Aquel que desee ver América a la luz apropiada y tener una verdadera idea de sus débiles comienzos y sus bárbaros rudimentos, debe visitar nuestra extendida línea de frontera, donde los últimos colonos viven y donde podrá ver las primeras labores de asentamiento, la forma de remover la tierra, y, en todos sus diferentes modos, el lugar donde los hombres son abandonados totalmente a sus temperamentos de nacimiento y a la espuela del trabajo incierto, el cual a menudo falla cuando no está santificado por la eficacia de unas pocas reglas morales. Allí, muy lejos del poder del ejemplo y del control del recato, muchas familias exhiben los más horribles aspectos de nuestra sociedad. Son como una triste esperanza precediendo por  diez o doce años a la más decente hueste de veteranos que vendrá después de ellos. En aquel ínterin la prosperidad habrá pulido a algunos, el vicio y la ley se llevarán al resto, los cuales, unidos otra vez con otros como ellos, irán aun más lejos dejando espacio para la gente más industriosa, que acelerará sus mejoras, convertirá la casa de troncos en una morada conveniente, y, regocijándose de que las primeras labores han sido terminadas, cambiará en unos pocos años aquella hasta el momento salvaje región en un hermoso, fértil y bien regulado distrito. Así es nuestro progreso. Así es la marcha de los europeos hacia las partes interiores de este continente.

sábado, 15 de julio de 2017

LOS CAZADORES Y LOS BOSQUES

AUTOR: Michel-Guillaume-Jean  de Crèvecoeur 
TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: el francés CRÈVECOEUR (1735-1813) es uno de los autores más traducidos en este blog. Nacido en la nobleza, durante algunos años vivió en las colonias francesas e inglesas en Norteamérica, actuales Canadá y EEUU. Fue miliciano francés con grado de oficial, prisionero de guerra, comerciante, colono, diplomático y un largo etcétera. En 1782 publicó su obra principal: Letters from an american farmer, que adquirió popularidad rápidamente. De ella hemos extraído los distintos textos que presentamos a ustedes. 
Boy Hunting - L. G. White


  Volvamos a ocuparnos de nuestro colonos de la periferia. Debo decirles que hay algo en la proximidad de los bosques que es muy singular. Lo es para los hombres así como para las plantas y los animales que crecen y viven en los bosques; estos son totalmente diferentes de aquellos que viven en las planicies. Les diré lo que pienso al respecto con sinceridad, pero no deben esperar que adelante razón alguna. Al vivir cerca o en los bosques, sus acciones son reguladas por lo salvaje del vecindario. Los venados a menudo vienen a comer sus granos, los lobos a destruir sus majadas, los osos a matar sus cerdos y los coyotes a llevarse sus aves de corral. Esta hostilidad circundante inmediatamente les pone un arma en sus manos; entonces vigilan a estos animales; matan algunos y así, defendiendo su propiedad, pronto se vuelven cazadores declarados. Así es el desarrollo de las cosas: una vez cazadores, adiós al arado. La cacería los vuelve feroces, sombríos e insaciables. Un cazador no quiere ningún vecino cerca. Al contrario, los desprecia porque teme a la competencia. En poco tiempo su éxito en los bosques los hace negligentes con sus cultivos. Confían en la fecundidad natural de la tierra y por eso hacen poco. El descuido en los cercos a menudo expone lo poco que siembran a la destrucción. No están en sus hogares para vigilar; para compensar estas deficiencias salen cada vez más a menudo a los bosques. Este nuevo modo de vida trae consigo nuevos modales que no podría describir fácilmente. Estas nuevas costumbres, al ser injertadas en las viejas, producen una clase extraña de ilícita prodigalidad cuyas impresiones son imborrables. Las costumbres de los indios nativos son decentes comparadas con esta mezcla de los europeos. Sus esposas y niños viven en la pereza y la inactividad, y no teniendo un propósito acorde, ustedes mismos pueden juzgar la clase de educación que reciben. Sus tiernas mentes no tienen otra cosa para contemplar que el ejemplo de sus padres; como ellos, crecen como una cría mestiza, mitad civilizada, mitad salvaje, a no ser que la naturaleza les estampe alguna inclinación en su constitución personal. Aquel fértil, aquel agradable sentimiento que los impactaba de forma tan fuerte, se ha ido.  La posesión de la tierra ya no les ofrece el mismo placer y orgullo. A todas estas razones ustedes deben agregar su situación de soledad, ¡y no pueden imaginar el efecto en las costumbres de las grandes distancias que los separan unos de otros! 
  Consideren a primera vista alguno de los últimos asentamientos: ¿de qué se componen? De europeos que no tienen el suficiente conocimiento que deberían tener para prosperar; gente que de pronto ha pasado de la opresión, del terror al gobierno, del temor a las leyes, hacia la ilimitada libertad de los bosques. Este cambio brusco debe tener un enorme efecto en la mayoría de los hombres; en particular en aquella clase de hombres. Comer carne salvaje, sin importar lo que piensen, tiende a alterar sus temperamentos. Aun así, toda la prueba que puedo aducir es simplemente que lo he visto; y al no tener lugar de culto al que acudir como alivio, hasta este mínimo atisbo de sociedad les es negado. Los encuentros de los domingos, de exclusivo beneficio religioso, eran los únicos vínculos sociales que podrían haberles inspirado algún grado de emulación de la pulcritud y el aseo. ¿Es entonces sorprendente ver hombres así, inmersos en grandes y pesadas tareas, degenerarse un poco? Es por cierto una maravilla que el efecto no sea aun más difundido. Los moravianos y los cuáqueros son los únicos ejemplos de excepción de lo que he planteado. Los primeros nunca colonizan en solitario; es toda una colonia de su sociedad la que emigra. Llevan con ellos sus costumbres, cultos, reglas y decencia. Los segundos nunca comienzan tan duro; siempre pueden comprar tierras mejoradas, en las cuales hay una gran ventaja porque para la época en que las compran el lugar ya ha sido recuperado de su primera barbarie. De esta manera, nuestra mala gente son aquellos que son mitad  cultivadores y mitad cazadores, y los peores de ellos son aquellos que se han degenerado solamente hacia la cacería. Como viejos labradores y nuevos hombres de los bosques, como europeos convertidos en indios, contraen los vicios de ambos; adoptan la morosidad y la ferocidad de los nativos sin su benevolencia, incluso sin su industria en el hogar. Si nuestras costumbres no son refinadas, al menos se vuelven simples e inofensivas en el cultivo de la tierra. Todas nuestras necesidades son cubiertas por ella; nuestro tiempo está dividido entre la labor y el descanso, y no deja ningún lugar a la comisión de fechorías. Como cazadores, nuestro tiempo se divide entre la cacería, el reposo ocioso y la indulgencia de la embriaguez. La caza no es otra cosa que una licenciosa vida de ocio, y si no siempre pervierte las buenas disposiciones, cuando está unida a la mala suerte lleva a la necesidad; la necesidad estimula aquella propensión a la rapacidad y la injusticia muy natural en los hombres necesitados, lo cual es una fatal gradación. 
El autor

  Después de esta explicación de los efectos que sobrevienen a la vida en los bosques, ¿nos halagaremos vanamente a nosotros mismos con la esperanza de convertir a los indios? Deberíamos comenzar por convertir a nuestros propios colonos de la periferia; y ahora, si me atreviera a mencionar el nombre de la religión, diría que sus dulces acentos se perderían en la inmensidad de estos bosques. Los hombres así constituidos no están listos ni para recibir ni para recordar sus suaves instrucciones; quieren templos y ministros, pero tan pronto como dejan de permanecer en el hogar y comienzan a llevar una vida errática, no importa si son castaños o blancos, dejan de ser sus discípulos.

jueves, 2 de febrero de 2017

APUNTES SOBRE LA CONVIVENCIA DE LAS DISTINTAS RELIGIONES EN AMÉRICA DEL NORTE


AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de Crèvecoeur)

TRADUCTOR: Pedro Peña


N. del T.: en textos anteriores de Crèvecoeur (1735-1813) hemos visto su admiración por el nuevo continente y sus habitantes, así como su rechazo a la práctica de la esclavitud en las colonias inglesas de lo que luego serían los EEUU. En esta ocasión, el texto traducido tiene que ver con la posibilidad de convivencia de distintos credos religiosos, que el autor anunciaba como posible en el nuevo continente. Un texto para ser leído en la actual coyuntura y, tal vez, esbozar una sonrisa. Una sonrisa irónica. Tal vez trágica.



Así como me he esforzado para mostrarles cómo los Europeos1 se vuelven Americanos, no sería inadecuado que les mostrara igualmente cómo las varias sectas cristianas introducidas se desgastan, y cómo la indiferencia religiosa se vuelve prevalente. Cuando un número considerable de integrantes de una secta particular vive junto a otros, inmediatamente erigen un templo y allí adoran a la Divinidad de acuerdo a sus propias y peculiares ideas. Nadie los molesta. Si alguna nueva secta surge en Europa, podría suceder que muchos de sus profesores vinieran y se establecieran en América. Como traen su fervor con ellos, están en libertad de conseguir prosélitos, si pueden, y de fundar una congregación, y seguir los dictados de sus conciencias, porque ni el gobierno ni ningún otro poder interfiere. Si son sujetos pacíficos e industriosos, ¿qué puede importarles a sus vecinos cómo y de qué manera piensan dirigir sus plegarias hacia el Ser Supremo? Pero si los miembros de la secta no se establecen juntos ni cerca, si están mezclados con otras denominaciones, su fervor se enfriará y se extinguirá en poco tiempo. Entonces los Americanos se vuelven, para la religión, lo que ya son para el país: afines a todos. El nombre de Inglés, Francés o Europeo, en ellos, está perdido; y de igual manera, los estrictos modos de la Cristianidad tal como se practica en Europa, también están perdidos. Este efecto se extenderá aun más desde ahora en adelante, y aunque pueda parecerles una idea extraña, aun así es muy verdadera. Quizás pueda en lo próximo explicarme mejor; mientras tanto, dejemos que el siguiente ejemplo sirva como mi primera justificación.

Supongamos que usted y yo estamos viajando; observamos que en esta casa, a la derecha, vive un Católico que reza a Dios como le ha sido enseñado y cree en la transustanciación; trabaja y cultiva el trigo, tiene una extensa familia de niños, todos sanos y robustos; su creencia, sus oraciones, no ofenden a nadie. A tal vez una milla de distancia, por el mismo camino, su vecino más próximo podría ser un honesto y esforzado Alemán Luterano que se dirige hacia el mismo Dios, el Dios de todos, de acuerdo a los modos en los que ha sido educado, y cree en la consustanciación, y haciendo esto no escandaliza a nadie; también trabaja en sus campos, embellece la tierra, limpia las ciénagas, etc. ¿Qué tiene que ver el mundo con sus principios Luteranos? Él no persigue a nadie, y nadie lo persigue. Visita a sus vecinos, y sus vecinos lo visitan. Cerca de él vive un secesionista, el más entusiasta de todos. Su fervor es ardiente e intenso, pero como está separado de otros de su misma naturaleza, no tiene una congregación propia a la que remitirse y en la que podría complotar y mezclar el fervor y el orgullo religioso con la obstinación mundana. Él, en cambio, consigue buenas cosechas, su casa está pintada bellamente, su huerto de frutales es uno de los más hermosos del vecindario. ¿Cómo es que conciernen al bien del país o de la provincia, los sentimientos religiosos de este hombre, si es que realmente tiene algunos? Es un buen granjero, sobrio, pacífico, un buen ciudadano. El mismo William Penn2 no desearía más que esto. Este es su carácter visible; lo invisible sólo puede adivinarse y no es del interés de nadie... Cada una de estas personas instruye a sus hijos tan bien como puede, pero esta instrucción es débil comparada a aquella que se les da a los jóvenes de las clases más pobres en Europa. Sus hijos, entonces, crecerán menos fervorosos y más indiferentes en materia de religión que sus padres. La tonta vanidad, e incluso la virulencia por hacer prosélitos, es desconocida aquí; no tienen tiempo para ella porque las estaciones reclaman toda su atención, y de esa manera, en unos pocos años, este vecindario variado exhibirá una extraña mezcla religiosa que no será puramente ni Catolicismo ni Calvinismo. De esta manera todas las creencias estarán mezcladas, al igual que todas las naciones; y así la indiferencia religiosa es imperceptiblemente diseminada desde un extremo del continente al otro, siendo al presente una de las características más fuertes de los Americanos. Nadie puede predecir
adónde conducirá esto. Tal vez quede un vacío que permita recibir otros sistemas. La persecución, el orgullo religioso, el amor por la contradicción, son el alimento de lo que el mundo comúnmente llama religión. Estos móviles han cesado aquí. El fervor en Europa está confinado. Aquí se evapora en la gran distancia que tiene que viajar. Allí es un grano de pólvora encerrado3; aquí se quema en el aire abierto y se consume sin efecto.


1Se respeta el uso de mayúsculas de acuerdo al texto original.
2Cuáquero inglés fundador de Pennsylvania.

3Listo para encender y disparar.

lunes, 16 de enero de 2017

NOTAS SOBRE EL ESTADO DE VIRGINIA (fragmento)



Jefferson
AUTOR: Thomas Jefferson
TRADUCTOR: Pedro Peña


Nota del traductor: Thomas Jefferson (1743-1826) es otro de los padres fundadores de los EEUU. Fue un hombre de saber enciclopédico, artista, científico, inventor y escritor. También fue político ostentando los cargos de Gobernador de Virginia, Secretario de Estado, Vice Presidente y, finalmente, Presidente de su país. En el siguiente texto, extraído del clásico Notes on the State of Virginia (primera versión de 1781), fustiga las singulares y algo disparatadas ideas del Conde de Buffon acerca de los nativos americanos. Se ha respetado la puntuación original del autor, así como el uso de mayúsculas en algunos términos que usualmente no la admitirían.

   La opinión presentada por el Conde de Buffon 1es: 1. Que los animales comunes al viejo y al nuevo mundo son más pequeños en este último. 2. Que aquellos peculiares al nuevo, son en escala más pequeños. 3. Que aquellos que han sido domesticados en ambos, se han degenerado en América: y 4. Que, en total, el nuevo mundo exhibe menos especies.
Conde de Buffon
   Hasta ahora he considerado estas hipótesis como aplicadas a los animales brutos solamente, y no en su extensión al hombre de América, sea éste aborigen o inmigrante. Es la opinión del Monseñor de Buffon que los anteriores no son una excepción a ello: “Aunque el salvaje del nuevo mundo es más o menos de la misma altura que el hombre en nuestro mundo, esto no le alcanza para constituir una excepción al hecho general de que toda la naturaleza viviente se ha hecho más pequeña en aquel continente. El salvaje es débil y tiene órganos de generación pequeños; no tiene pelo ni barba, ni ardor por su hembra; aunque es más rápido que el Europeo, porque está mejor acostumbrado a correr, es, por otro lado, menos fuerte en su cuerpo, y también es menos sensible, y aun más tímido y cobarde; no tiene vivacidad ni actividad mental; la actividad de su cuerpo es menos un ejercicio, un movimiento voluntario, que una acción necesaria causada por la carencia; alívienlo del hambre y de la sed, y lo privarán del principio activo de todos sus movimientos; descansará estúpidamente sobre sus piernas o yaciendo días enteros. No hay necesidad de buscar más allá la causa del modo de vida apartado de estos salvajes, y de su repugnancia por la sociedad; la más preciosa chispa del fuego de la naturaleza les ha sido negada; carecen de pasión por sus hembras, y consecuentemente no tienen amor por sus coterráneos; desconociendo éste, el más fuerte y el más tierno de los afectos, sus otros sentimientos son también fríos y lánguidos; aman a sus padres y a sus hijos, pero poco; la más íntima de todas las ataduras, el vínculo familiar, los sujeta, por esa misma razón, de forma leve; entre familia y familia no hay atadura alguna; por eso no tienen un territorio común, ni riquezas comunes, ni estatus de sociedad. El amor físico constituye su única moralidad; sus corazones son gélidos, sus sociedades frías, y sus reglas severas. Miran a sus mujeres solo como sirvientas para todo trabajo, o como bestias de carga a las que cargan sin consideración con el peso de sus cacerías, y a las que compelen sin misericordia, sin gratitud, a practicar tareas que están a menudo más allá de sus fuerzas. Tienen pocos niños, y los cuidan muy poco. Por todos lados aparece el defecto original: son indiferentes porque tienen poca capacidad sexual, y esta indiferencia hacia el otro sexo es el defecto fundamental que debilita su naturaleza, previene su desarrollo y, destruyendo los mismos gérmenes de la vida, al mismo tiempo desarraiga la sociedad. El hombre aquí no es una excepción a la regla general. La Naturaleza, negándole el poder del amor, lo ha tratado peor y lo ha descendido aun más profundo que a cualquier animal.”
Libro
  Una imagen atribulada por cierto, la cual, por el honor de la naturaleza humana, estoy complacido de creer que no es original. De los Indios de Sudamérica no sé nada; porque no honraría con el estatus de conocimiento todo aquello que se deriva de las fábulas publicadas sobre ellos, las que creo deben ser tan verdaderas como las fábulas de Esopo. Lo que yo creo está fundado en lo que he visto del hombre, blanco, rojo y negro, y de lo que ha sido escrito sobre él por autores, ilustrados ellos mismos, y escribiendo entre gente ilustrada. Del Indio de Norteamérica, estando más cerca de nuestro alcance, puedo hablar desde mi propio conocimiento y aun más desde la información de otros más familiarizados con él y en cuya verdad y juicio puedo confiar2. De estas fuentes puedo decir, en contradicción con la representación anterior, que no es ni defectuoso en ardor, ni más impotente con sus hembras que el hombre blanco reducido a la misma dieta y ejercicio; que es valiente cuando una empresa depende de la valentía; su educación les dicta que el honor consiste en la destrucción de un enemigo por la estratagema, y en la preservación de su propia persona libre de injuria; o tal vez esto sea lo natural; mientras que es la educación la que nos ha enseñado a nosotros a honrar más la fuerza que la finura; que se defenderá a sí mismo contra una multitud de enemigos, siempre eligiendo la muerte en vez de rendirse, aunque fuera a los blancos, de los que sabe que recibirá un buen trato; bien que en otras situaciones también se encuentra con la muerte de forma más deliberada, y soporta la tortura con una firmeza desconocida entre nosotros, casi con entusiasmo religioso; qué es afectuoso con sus hijos, cuidadoso con ellos e indulgente en extremo; que sus afectos comprenden sus otros vínculos, debilitándose como entre nosotros, de círculo a círculo a medida que se alejan del centro; que sus amistades son fuertes y fieles al máximo extremo; que su sensibilidad es pura, y aun hasta los guerreros lloran amargamente la pérdida de sus hijos, a pesar de que en general se esfuercen por parecer superiores a los eventos humanos; que su vivacidad y actividad mental es igual a la nuestra en la misma situación, de ahí su entusiasmo por la caza y por los juegos de azar. Las mujeres son obligadas a un trabajo injusto y fastidioso. Y esto, según creo, es lo que sucede con todos los pueblos bárbaros, entre los cuales la fuerza es la ley. El sexo más fuerte se impone sobre el más débil. Es solo la civilización la que ubica a las mujeres en el gozo de su natural igualdad. Aquella nos enseña primero a sublimar las pasiones egoístas y a respetar en otros aquellos derechos que valoramos para nosotros mismos. Si viviéramos en un barbarismo similar, nuestras mujeres serían expuestas al mismo trabajo fastidioso.
   El hombre entre ellos es menos fuerte que entre nosotros, pero sus mujeres son más fuertes que las nuestras. Y ambos por la misma obvia razón: porque nuestros hombres y sus mujeres están habituados a la labor y formados por ella. Entre las dos razas, el sexo beneficiado es menos atlético. Un hombre indio tiene mano y muñeca más pequeñas por la misma razón por la cual un marinero tiene brazos y hombros más grandes y fuertes, al igual que un acarreador tiene sus piernas y muslos. Crían menos niños que nosotros. Las causas de esto hay que buscarlas no en las diferencias de la naturaleza, sino en las circunstancias. Las mujeres muy frecuentemente ayudan a los hombres en sus partidas de guerra y de caza. La crianza de niños se vuelve extremadamente inconveniente para ellas. Se ha dicho, por lo tanto, que han aprendido la práctica de procurarse el aborto por el uso de algunas plantas, y que esto incluso se extiende a la prevención de la concepción por un tiempo considerable. Durante estas partidas las mujeres se encuentran expuestas a numerosos riesgos, excesivos esfuerzos y los más graves extremos del hambre. Aun en sus hogares, su nación depende para la comida, durante cierta parte del año, de la recolección en los bosques. Esto significa que experimentan hambrunas una vez por año. Como en todos los animales, si la hembra está mal alimentada o sin alimentar, sus jóvenes hijos perecen. Y si ambos, macho y hembra, son reducidos a la necesidad, la generación se vuelve menos activa, menos productiva. A los obstáculos de la necesidad y del riesgo, con los cuales la naturaleza ha frenado la multiplicación de los animales salvajes con el propósito de restringir sus números dentro de ciertos límites, se agregan en los Indios aquellos de las labores y del aborto voluntario. No es maravilla entonces que se multipliquen menos que nosotros. Donde la comida es provista regularmente, en una sola granja habrá más ganado que búfalos en un país entero de bosques. Las mismas mujeres Indias, cuando se casan con comerciantes blancos, que las alimentan a ellas y a sus niños muy bien y regularmente, que las exoneran del trabajo excesivo, que las mantienen en un lugar y sin exponerlas a accidentes, producen y crían tantos hijos como la mujer blanca.


1Georges Louis Leclerc de Buffon (1707-1788), naturalista francés quien sostuvo la idea de la degeneración de las especies del Nuevo Mundo. Su obra llevaba por título Natural History, y estaba constituida por 44 volúmenes publicados entre 1749 y 1788, que se convirtieron en el trabajo científico más leído de su siglo.
2Habiendo crecido en la frontera de Virginia, Jefferson estaba más que familiarizado con los nativos americanos.